Amable lector: Con los años, a veces uno no es consciente de si estaba pensando o de si fue un sueño. Me inclino por pensar que todo fue una fantasía, que por extraña quiero compartirla con algunos.
Cuando observaba a Pedro Castillo recibir la banda presidencial del Perú, no salía de mi asombro al recordar que acá, años antes, también fueron nombrados en este cargo Ernesto Samper y Juan Manuel Santos.
No tengo claro cómo ni quién me nombró para ocupar el Palacio de Nariño. Tan pronto llegué, comencé a trabajar. En la primera semana, incluyendo el día domingo, fui a conocer varias de las cárceles del país, algunas escuelas, poblaciones que aún no tienen agua potable ni alcantarillado, la situación de los juzgados, y averiguar por qué la justicia es tan lenta y a veces torcida.
Luego caminé largas jornadas en medio de los frondosos cultivos de coca, que ya casi llegan al cerro de Monserrate, cerca de la Plaza de Bolívar.
Averigüé con esmero por las personas capaces de realizar cambios que hicieran menos dura la vida de los presos y un poco más amable la de los niños. Con mayor dificultad encontré los que debían llevar el agua fresca a muchas poblaciones y otros que erradicaran, al menos, el 90 % de la coca en el primer año. Después de estos nombramientos, llamé a los directores de Fecode para preguntarles si además de organizar las marchas pacíficas, tenían algunas ideas para mejorar la precaria educación pública; al final no entendí nada.
Un poco más tranquilo, apoyado en las mil y una leyes que hablan sobre la seguridad y el orden, dispuse que todo encapuchado que participe en las protestas pacíficas, se presume de derecho, es un peligroso delincuente capaz de hacer daño y debe ser retenido y estar en prisión no menos de tres años. Y quienes atenten contra la vida de los miembros de la fuerza pública, pagarán diez años como mínimo.
Sentí una gran satisfacción al entregar al ministro de hacienda un proyecto de reforma tributaria: breve, claro y simple, en el cual personas con más de tres salarios mínimos pagaran impuesto de renta, así sea muy poco.
En adelante estuve vigilando el Presupuesto Nacional, y cuidando hasta el último peso. El tiempo que me sobró lo empleé en redactar un referendo en el cual pedí reducir al 40 % los miembros del Congreso actual. Y que los nuevos aspirantes deberían cumplir con conocimientos idóneos para este cargo.
Al escuchar un ruido, me desperté. Tuve la impresión de estar en frente de los altos magistrados, que investigaban si había cumplido con garantizar los derechos y libertades de todos los colombianos. Un poco más despierto respondí que siempre protegí a quienes estudian, trabajan o buscan un empleo. A los otros los cuidan las entidades internacionales