Por Agostinho J. Almeida
Cuando era adolescente, mi padre intentó explicarme el concepto de surrealismo y su relevancia en la forma en que entendemos el mundo. A partir de la década de 1920, artistas como Pablo Picasso y Frida Kahlo cultivaron el potencial creativo de la mente inconsciente para producir imágenes fantásticas y utilizar combinaciones irracionales para provocarla. Mi padre finalmente dijo algo que me conectó: “la importancia de percibir el mundo de una manera que desafía la lógica mundana”. En otras palabras, comprender diferentes puntos de vista del mundo, por ilógicos que sean, es clave para comprender la profundidad y complejidad del comportamiento humano y social. Ahora bien, ¿qué tiene esto que ver con el momento en el que vivimos? El desempleo supera el 20 %; el PIB se contraerá 7 %; las Pyme están luchando por sobrevivir; las escuelas intentan adaptarse a una nueva realidad; y la violencia doméstica nunca ha sido tan alta. Pero si analizamos los hechos de esta semana, creo que sentiríamos que el surrealismo acaba de llegar a Medellín. Tiene que haber un motivo surrealista para poner en riesgo décadas de crecimiento, consolidación e innovación.
Yo soy orgullosamente colombiano. Conozco Medellín desde hace 17 años y vivo en la ciudad desde hace casi 10 años y me enamoré a primera vista de su gente, cultura y país. Será difícil encontrar un embajador más dedicado a la ciudad y al país o un mejor vocero de las cualidades de nuestra ciudad, país y sus ciudadanos. Una de las cosas con las que siempre me he identificado es el impulso que tiene la gente, el esfuerzo colectivo que colocan para abordar problemas comunes. Una ciudad, reconocida por ser un ejemplo en la articulación de los sectores académico, privado y público y por el rol central de organizaciones como el CUEE, Ruta N, EPM, Andi, Proantioquia, entre otras, enfrenta ahora un nuevo desafío. No es sorprendente que las voces de algunas de estas -y otras- instituciones se hayan expresado para mostrar su preocupación por lo que ha venido pasando. Es el momento de juntarnos de nuevo como personas e instituciones, de colocar la integridad y la tranquilidad en el centro de las decisiones y orientar las acciones al servicio de la sociedad.
En muchas ocasiones he mencionado que la ciencia, la tecnología y la innovación (CTi) son parte de la solución a los retos a los que nos enfrentamos. Pero la verdad es que el éxito de CTi depende sobre todo de las personas. Juan Andrés Vásquez, el director de Ruta N, es un ejemplo del tipo de liderazgo que necesitamos. Trabajador, emocionalmente inteligente, analítico, enfocado, íntegro y con un fuerte entendimiento del comportamiento ilógico y surrealista que a veces tenemos como seres humanos. El carácter, la capacidad y el altruismo que ha mostrado Juan durante los últimos meses ante su rol y la organización deben ser un ejemplo para todos; bajo su visión se han unido instituciones y personas de diferentes sectores e industrias en un propósito superior para producir resultados que literalmente pueden salvar vidas. Es con este estilo de liderazgo humano y foco en el logro que debemos enfrentar los desafíos tan grandes que tenemos.