Entro a un Carulla y otro compatriota me aborda y me dice: “van a poner un PriceSmart en la transversal Inferior yendo hacia San Lucas”. Un descubrimiento atroz. Si es así, que declaren de una vez a San Lucas una república independiente y que nombren a Fico como su autoridad suprema: con alta probabilidad de que se replique un fenómeno igual al de La Vaquita o peor que él, el taco de proporciones bíblicas que va a quedar en la entrada a San Lucas va a ser tal que —por si no lo estaban ya— ahora sí dejará a los habitantes de este humilde asentamiento aislados del resto de la civilización.
Para los que no lo conocen, San Lucas es un barrio en la comuna 14 que queda nada más a una hora y media de Medellín. Es el límite entre El Poblado y Envigado, el municipio del que estamos aislados por la transversal intermedia, el segundo pedazo de territorio colombiano más difícil de atravesar, después del tapón del Darién. La congestión vial en este caserío ha aumentado en proporción con el incremento en el PIB, y con la inversión en infraestructura, tanto que sus fronteras se concentran: mientras más cosas se construyen y se desarrollan, más se profundiza su carácter de agujero negro sin salida.
Soy un refugiado que logró huir de San Lucas. No solo viví ahí un tiempo, sino que por muchos años —y muchos tacos— tuve que atravesar diariamente sus calles para ir a estudiar. “Cuando yo venía al colegio esto eran puras fincas”, podré contarle de forma no irónica a mis nietos cuando estemos en un taco en medio del infierno de asfalto que se tornó el barrio, porque verdaderamente fui testigo de todo lo que lentamente lo volvió invivible: la urbanización desenfrenada y sin ampliación de vías que transformó el paisaje, los intercambios viales y las ampliaciones con apariencia improvisada que tocó hacer posteriormente cobrando valorizaciones, los tacos sin fin por los sobrecosteados deprimidos y puentes en la Inferior y la Superior, la catastrófica construcción del Mall San Lucas, la del tapón de La Vaquita, la expansión del estrecho del Montessori —del que hice parte—, entre muchas otras tragedias.
No me cabe duda de que esta historia se ha repetido en las últimas dos décadas en muchos barrios y comunas de Medellín. Sin embargo, esta columna es escrita con un sesgo total hacia El Poblado, porque no tiene ninguna excusa presupuestal para el desarrollo totalmente carente de urbanismo que ha tenido en estos lustros: un barrio rico, pero de tráfico interminable, donde el único espacio verde que se ve es el de unidades cerradas, con una hostilidad total al peatón y sin soluciones prácticas de transporte distintas al transporte particular. San Lucas, y en general todo El Poblado, es un barrio que jamás se pensó como un barrio. Eligió ser un infierno suburbano al peor estilo americano, pero ni siquiera pensando en la infraestructura necesaria para ello: ni en las vías, ni en los parqueaderos adecuados para sus restaurantes y centros comerciales, en nada.
Ir a San Lucas entre las 5 y las 8 pm, con PriceSmart o sin PriceSmart, seguirá siendo una auténtica desgracia. Cada solución parece agravar más, no solucionar, la problemática que tiene. Así que declaren de una vez la República Independiente de San Lucas, y los que están huyendo con su plata hacia Llanogrande y el alto de Las Palmas, piénsenlo bien: ¿cuándo se van a empezar a sanluquizar sus nuevas casas?