El capítulo territorial “Antioquia, Sur de Córdoba y Bajo Atrato Chocoano” de la Comisión de la Verdad (CEV) parece un testamento escrito durante décadas de agonía.
Somos la más bonita del barrio y, a la vez, la más desgraciada: la esquina del continente, 63.612 km2 atravesados por dos ramales de los Andes. Insatisfecha con dos grandes arterias fluviales colombianas, Antioquia es pródiga en “fábricas” de agua y tesoros como el nudo de Paramillo.
Datos, narraciones y testimonios se agitan desde el mismo vórtice: la cultura paisa.
Somos líderes... “de miedo”.
De acuerdo con el Registro Único de Víctimas, entre 1958 y 2019 Antioquia registró 20 % de los hechos victimizantes del país. Según el Observatorio del Centro Nacional de Memoria Histórica, nuestro departamento ocupa el primer lugar en acciones bélicas, asesinatos selectivos, secuestros, atentados terroristas, afectación por daño a bienes civiles, masacres, eventos por minas, reclutamiento de menores y violencia sexual.
En nuestros límites territoriales se han reportado 19.824 de los 80.739 casos de desaparición forzada: ¡24,55 % del total nacional!
¿Por qué?
Por las disputas por la propiedad y el uso de la tierra, sumadas a las prácticas de estigmatización de quien piensa diferente; por el desarrollo del narcotráfico (las “poderosas estructuras organizativas vinculadas al proceso de transformación, distribución y exportación de sustancias ilícitas, y su articulación con sectores legales”), por nuestra ubicación geoestratégica y tradición de tránsito lícito e ilícito de insumos.
¿Cómo saldar la deuda de dolor, el salvajismo al que hemos sometido a Urabá?
Pero el factor reinante es el mito de la colonización: “el machete como símbolo de la dominación de la naturaleza y, de paso, de todo lo que se considera débil, potenciada por rasgos autoritarios como el racismo, el sexismo, el clasismo, el culto por la riqueza sin contenciones éticas, el armamentismo y la cultura del avivato”. En medio de la guerra, esta impronta cultural configura herencias que transmitimos de generación en generación...
227 páginas (sin contar las referencias) evidencian cómo nuestra cotidianidad está cimentada en un “ethos hegemónico” expresado en “creencias, prácticas y valores suscritos por las élites y admitidos por otras clases sociales en alianzas aparentes de paternalismo y compadrazgo que ofrecen a primera vista la idea de una sociedad igualitaria [...]”.
(El informe de la CEV convierte en profecías las palabras de María Teresa Uribe de Hincapié).
Como ciudadanos, es nuestro turno de apropiarnos de este conocimiento, de cuestionarlo, de cuestionarnos, de tratar de entender y actuar en la medida de nuestras posibilidades.
“Si Antioquia no hace la paz, no habrá nunca paz en Colombia”, reitera el presidente de la CEV, Francisco de Roux. Y no les habla solo a las guerrillas, ni a los paramilitares, ni a los agentes estatales... esto es con usted y conmigo. Pero también es con quienes creen que rezar basta y que, hartos del noticiero, cambian de canal y se desentienden con el mismo suspiro: “¡Ay, qué peca’o de esa gente!”