No hay duda de que los menores de cincuenta años nacieron en una nueva etapa en la historia de la humanidad. La llegada a la Luna de la misión del Apolo 11 y el alunizaje que hicieron dos de sus tripulantes, y que hoy luce tan familiar y natural, parecía imposible a quienes finalmente lo vivieron, por lo desmesurado de la hazaña. Una forma de entender cómo se dimensionaban esos momentos es la consulta de los viejos periódicos. Un ejercicio que también permite ver en perspectiva cómo envejecen los análisis que se hicieron, las prospectivas que se concibieron.
Tengo la fortuna de poseer una copia de la portada del diario francés Le Monde de ese día. Su editor, André Fontaine, compara la llegada de Armstrong y Aldrin a la Luna con la de Colón el 12 de Octubre de 1492, cuando él y sus 88 acompañantes desembarcan en la playa de una isla americana. Para muchos, dice Fontaine, en ese momento terminó la edad media. Se abría una nueva era porque la humanidad podría descubrir toda la tierra. Comenzaba el tiempo del mundo finito podría decir algún escritor.
La trémula imagen en blanco y negro transmitida a millones de telespectadores de dos hombres, dos estadounidenses, excavando en el suelo de la Luna es también un hito porque mostró que el hombre podía explorar el universo. En plena guerra fría las dos grandes potencias se empeñaron en conquistar el espacio y su investigación científica, su desarrollo económico y la voluntad política lo permitieron. Entramos en el tiempo del mundo infinito.
El mundo finito e infinito como principio de comparación, no parece hoy tan atractivo. Lo primero es que hoy entendemos que el tiempo del mundo finito en realidad comenzó mucho antes cuando el hombre pisó por primera vez América y no cuando un europeo hizo lo propio. El “descubrimiento del nuevo mundo”, de otro lado, en muchos casos estuvo acompañado de un tratamiento cruel e inhumano, como diría Bartolomé de las Casas, a los habitantes de estas tierras que habían construido sociedades majestuosas, que mucho tenían para aportar, pero fueron aplastadas sin miramientos.
La idea del mundo infinito, ella solita, tiene de atractivo que representa el desafío de la exploración del universo para la humanidad, la pulsión del hombre por dominar la naturaleza y llevar el progreso hasta sus límites. De hecho, llevar el hombre a la Luna fue un proceso planificado, minucioso, cuidando todos los detalles. Los astronautas conocían bien el sitio a donde iban, habían examinado miles de fotos de la Luna.
Pero ese mundo infinito tendrá que esperar a que resolvamos algunos problemas por acá, léase calentamiento global, no vaya a ser que entremos en la dimensión, ya no del espacio sino del tiempo finito. Hoy vemos el peligro en que está nuestra especie, de pronto la conquista del espacio también es parte de la solución, pero la urgencia es actuar sobre un destino común más cercano.