En estos días estuve en el centro de la ciudad y se me ocurrió dar una vuelta como lo hacen los turistas. En medio de ese tour, pensaba en qué impresión se llevarán los visitantes de la ciudad al ver tanto desorden, tanta suciedad, semejante aglomeración que interrumpe el paso para el peatón o para los vehículos. Medellín dejó de ser la tacita de plata de otras épocas.
El recorrido fue corto, no daba para aguantar más atropellos, más empujones y más vergüenzas. Entré por la carrera cincuenta a la plaza de Bolívar, casi imposible pasar el cruce con la calle cincuenta, un solo carril para vehículos y, el resto, para venteros callejeros, indigentes y quién sabe qué cosas más. Los venteros ocupaban el atrio de la Iglesia de la Candelaria y todo el andén hasta la esquina de la calle cincuenta; el centro de la plaza de Bolívar, lleno de venteros que llegaban hasta entorpecer la entrada a la estación del metro. Avanzamos hasta el cruce con la avenida Primero de Mayo y bajamos por ella hacia el hotel Nutibara, el trayecto de una cuadra se hizo largo por lo estrecho de la vía, gracias a los venteros de toda clase de productos que ocupaban la plaza hasta el andén del Palacio de la Cultura; imposible acercarse a esa bella obra de arquitectura europea.
Llegar a la Plaza Botero se volvió inviable: los venteros, los indigentes y, posiblemente, los rateros impiden que uno camine con tranquilidad. Para los turistas eso se convierte en una barrera infranqueable.
Seguimos por la carrera cincuenta y uno hacia el norte. Un solo carril para los vehículos; los peatones, sometidos a cuidarse de todo ese embrollo. Da hasta miedo caminar hacia el bazar de Bolívar, que era nuestra intención.
En este bazar encontramos una verdadera barrera para entrar: las puertas abiertas, pero casi bloqueadas por la cantidad de mesas y carpas de los venteros de la calle. A estos venteros no me opongo, pero hay que organizarlos con el argumento que nos movió en nuestra alcaldía para construir los bazares; les cuento a mis lectores:
En la alcaldía de 1998 al 2000, pensamos en la situación de los vendedores callejeros, es gente buena que prefiere trabajar al sol y al agua a delinquir por falta de oportunidades. Con esa premisa empezamos a construir los bazares: unos locales en el centro de la ciudad, con líneas de buses al frente, con servicios de aseo para los trabajadores y visitantes, con restaurante para quienes no llevaban sus propios alimentos, con unos locales pequeños y pasillos no muy amplios, pero cómodos para quienes antes trabajaban al sol y al agua.
Lamentablemente, la siguiente administración, la del actual consejero del alcalde —Luis Pérez—, no entendió esas razones, no continuó con los locales para los venteros callejeros, me demandó por el último local construido sobre el deprimido de la continuidad de la avenida Oriental hacia el occidente y dejó llenar otra vez a Medellín de comerciantes en las vías.
Viendo a esos venteros en la calle, pensaba que ellos no son la vergüenza, la vergüenza es el alcalde Pinturita que permitió otra vez semejante pelotera