Tengo solo un recuerdo de Daniel Quintero. Fue el año pasado, durante la fiesta anual de la fundación Mi Sangre en las afueras de Medellín. Juanes estaba cantando y alrededor de varias mesas, estaba sentada la élite de Medellín; presidentes de empresas, ejecutivos, líderes de opinión, funcionarios de la alcaldía, y también varios líderes sociales. Todos estaban allí para apoyar la labor social de la fundación de Juanes. Yo estaba conversando con un líder que ha sido pionero de los procesos culturales y artísticos en la ciudad, el Jke, quien fundó hace veinte años el grupo de los Crew Peligrosos en Aranjuez. El Jke además es un gran amigo.
Mientras estaba conversando con él, veo a un señor levantarse de la mesa, atravesar todo el salón, y dirigirse hacia el Jke para saludarlo con un abrazo. “¿Quién es?”, le pregunté al amigo, con curiosidad. “Él es Daniel Quintero. Se va a lanzar a la alcaldía”, me dijo el Jke. Me impresionó el reconocimiento y la atención que Quintero le dio a mi amigo, líder social. Durante los últimos meses mientras veía a Daniel Quintero, un candidato improbable para la alcaldía de Medellín, subir de manera constante en las encuestas, pensé muchas veces en esta anécdota; porque aquella noche reconocí en él su capacidad de conectarse, de acercarse, de saberse relacionar.
La victoria de Daniel Quintero fue aplastante, clara, indiscutible. Logró motivar e inspirar como no lo logró ningún otro candidato, ni el que más maquinaria tenía detrás de él. Entusiasmó, dando la esperanza de que quienes siempre están acostumbrados a perder, esta vez finalmente podían ganar. Así como lo hizo Claudia López en Bogotá, Daniel Quintero en Medellín, haciendo hincapié en sus orígenes humildes, logró interpretar la necesidad de cambio, además que canalizar en consenso el voto de protesta de los indignados.
Por eso, veo el triunfo de Daniel Quintero también como el síntoma de una creciente ruptura de las lealtades ideológicas. Se trata de una tendencia que no es solamente colombiana. Sin sugerir una comparación ideológica, veo la victoria de Quintero como la expresión análoga del fenómeno electoral que llevó a Donald Trump a la Casa Blanca y al Movimiento Cinco Estrellas al gobierno de Italia. Más que oportunismo político, estos fenómenos son la manifestación de una crisis del sistema, que se ha transformado muchas veces en prácticas de exclusión y de corrupción. Es decir, son fenómenos que llenan aquel vacío político generado por los partidos, envueltos en la polarización y la mermelada. Por eso, más que un eclecticismo político que mezcla oportunamente ideas de izquierda y de derecha, veo en fenómenos como la victoria del Movimiento Cinco Estrellas en Italia y de Daniel Quintero en Medellín, la apuesta para construir un nuevo espacio político. Son fenómenos que se hacen intérpretes de las preguntas no escuchadas de la mayoría. Mientras que los otros candidatos han buscado el triunfo prometiendo cuidar el modelo de Medellín, Daniel Quintero se ha presentado como un disruptor. En lugar de asegurar continuidad, ha prometido novedad. Por eso ganó.