Amable lector. Mientras los guerrilleros celebraban uno de los muchos atentados contra los oleoductos, el crudo llegó al río, muchos peces murieron. También el plumaje blanco de las garzas se tiñó de oscuro, algunas intentaron volar pero no lo lograron. Después de sufrir por varios días, sin comprender la maldad de los humanos, perecieron.
Situaciones como esta son frecuentes en nuestro medio. Para que no sigan muriendo los peces y las aves, lo único es evitar el derrame del petróleo, de lo contrario, la muerte seguirá cobrando la vida de estos seres que no le hacen mal a nadie.
Con el asesinato de los líderes sociales la situación es casi igual. No obstante, las marchas de protesta por estos crímenes, el Estado no está en capacidad de responder por su integridad física. Salvo que tengan vocación de mártires, intentar que sigan promoviendo la erradicación manual de la coca, la sustitución de cultivos o luchar por el reintegro de las tierras que fueron de sus mayores, es casi un suicidio.
A partir del llamado acuerdo de paz la situación de orden público se ha vuelto mucho más compleja por el fraccionamiento de los grupos que controlan el negocio de la coca. Aunque los militantes son menos tienen mayor capacidad económica y criminal. No es posible ignorar el inmenso poderío que poseen y además que cuentan con el apoyo del país hermano Venezuela. Algunos lo señalan como un santuario; cuando en realidad es la guarida.
Si al Estado no le es permitido el uso del glifosato, que es el medio más eficaz para erradicar estos cultivos, debe buscar cualquier otro camino para impedir que siga creciendo el cultivo de esta planta. Si no lo hace es retroceder ante un enemigo que cada vez está más fuerte.
El común de la gente tiene la precepción que no existe un plan organizado, metódico y apropiado para suprimir la droga maldita que se cultiva en vastos territorios del país, donde los campesinos ganan un poco; que contrasta con la inmensa fortuna que reciben los que controlan este negocio.
Hace dos siglos sellamos la Independencia de España gracias a la titánica lucha de Simón Bolívar. Sin embargo, por una u otra razón, casi siempre seguimos en guerra. Inclusive después del Acuerdo firmado por el Nobel de la Paz. Hoy el yugo de la droga pesa tanto que está destruyendo nuestra juventud y alterando los principios éticos y morales de la gente. Ya no es posible ocultar el estigma de pueblo colombiano, que nos conocen mucho más por el negocio de la yerba, que por las hazañas de Bernal, Quintana, Urán, Cabal, Farah y otros deportistas.
En las guerras que afrontó los Estados Unidos, miles de jóvenes, muchos de ellos hijos únicos, murieron defendiendo los principios de ese país. Quizá pueda ayudar en algo que todos los hijos, nietos y sobrinos de los altos funcionarios de las ramas del Estado y los del sector privado, se ocupen en la erradicación manual, hasta que se pueda hacer algo diferente.