Tal vez, uno de los momentos más felices de Ernest Hemingway fue cuando conoció en parís la librería Shakespeare and Company. El Hemingway de aquel entonces era apenas un corresponsal y un escritor que pasaba inadvertido. La primera vez que entró a la librería, como él mismo recuerda en su libro “París era una fiesta”, estaba muy intimidado y no llevaba bastante dinero, ni siquiera para suscribirse a la biblioteca circulante.
La librería de Sylvia Beach, ubicada en el 12 de la rue de l´Odéon, además de vender libros, también permitía que sus lectores, por una cantidad de dinero, se suscribieran y prestaran los que quisieran. Cuando ella se dio cuenta de que Hemingway no tenía una sola moneda, le dijo que le diera el depósito cuando pudiera y le extendió una tarjeta de suscriptor. Desde entonces podría llevarse los libros que gustara. Aquel día Hemingway salió con Turgenev, D.H. Lawrence, Tolstoi y Dostoievski. Lo único que le dijo antes de salir fue: “No lea con prisas”.
Umberto Eco dijo alguna vez: “Es necesario ser amigo íntimo de un librero para poder hacer lo que los amantes de los libros desean hacer, esto es, pasar horas entre las estanterías husmeando, leyendo solapas, escudriñando en los anaqueles altos –y, en definitiva, aprendiendo más al perder el tiempo sin comprar que comprando y leyendo un solo libro–”.
En una buena librería, así como podemos repasar los principios y finales que queramos y sentir la delicadeza de las páginas que van y vienen al ritmo desquiciado del azar, el librero tiene un papel especial. Todo empieza cuando te mira de reojo, de vez en vez, y luego llega con una pila de libros que te harán palpitar el corazón al ver que todos te interesan por las historias fascinantes que se sabe el mago.
Una buena librería no es, necesariamente, aquella que está repleta de libros, es aquella que tiene todo lo que uno quisiera tener en casa. El buen librero es quien tiene el libro que ningún otro tiene, el mismo que tú habías buscado por años. Cada que visito a mis libreros preferidos siento que eso me pasa.
Tener un librero de cabecera siempre será tan importante como un médico o un odontólogo; el buen librero, cada que lo visitamos, nos hace sentir que con los libros que hemos encontrado y leído tranquilamente en la vida, cada vez menos nos duele el corazón, o una muela, qué sé yo. Al igual que Hemingway, yo también pienso que los libreros de mi vida me han salvado de muchas cosas.
P.D. Por alguna razón, que tiene que ver con el idioma, claro está, pienso que abril es un buen mes para ir a las librerías, pero mayo, junio, julio y los otros ocho meses son una exquisita tentación.