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Aldo Civico
Columnista

Aldo Civico

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Encuentros decisivos

Por ALDO CIVICO

aldo@aldocivico.com

Viajé a Palermo, Italia, por primera vez en 1991. Como reportero, quería experimentar de primera mano la revolución que los sicilianos estaban liderando en contra de la Mafia. Valerio, un profesor de inglés, ofreció presentarme a un joven, Cosimo, que había crecido en un ambiente mafioso; su papá había sido asesinado durante la guerra de la mafia de los años Ochenta. Cosimo tenía solo ocho años cuando su papá fue asesinado.

Fue así como una noche con Valerio fui a la periferia de Palermo para visitar a Cosimo, quien me recibió con mucho escepticismo. No me miró a los ojos, no me dio la mano, y no se comunicaba directamente conmigo, sino que hablaba en dialecto palermitano con Valerio, quien me traducía. Mientras tanto, su mamá me ofrecía de comer platos tradicionales, como una ensalada de caracoles y pan con bazo de vaca. No tuve otra opción que comerme lo que me ofrecían; un invitado no puede rechazar la comida. “Los que no aceptan no merecen”, recita un dicho palermitano.

Con el pasar de los días me volví amigo de Cosimo. Construimos confianza y me compartió anécdotas de su vida. Descubrí que participaba en la economía de la casa robando carros, impulsado por su mama. Había estado recluido en la cárcel de menores varias veces. Pero el encuentro con Valerio, su profesor de inglés, le ofreció una mirada distinta de la vida. Descubrió un mundo de valores y de prácticas que no conocía. Sobre todo, sintió que a Valerio le importaba. Fue esta amistad que fomentó en Cosimo el deseo de cambiar de vida.

La historia de Cosimo me impactó mucho. Comparaba las dificultades de su vida con la mía, y me dio vergüenza quejarme de problemas y dificultades que tenía en aquel momento de mi vida. Me impactó que mi nuevo amigo estaba agradecido con la vida mucho más que yo, quien, comparado con él, había nacido con privilegios y oportunidades, de los cuales ni era consciente. Terminé cuestionándome mucho. Me pregunté durante semanas qué rumbo quería darle a la vida. Cosimo se había convertido en un maestro. Cuando regresé a Trento, tomé la decisión de mudarme a Palermo y trabajar al lado del alcalde de Palermo Leoluca Orlando, quien en aquel entonces había fundado el movimiento político antimafia, La Red. Durante el día trabajaba con Orlando, rodeado de una multitud de escoltas y carros blindados, y en la noche me iba a la periferia de Palermo a conversar con Cosimo.

No sé si fui yo quien tuvo compasión por Cosimo o si fue Cosimo que tuvo compasión de mí. La realidad es que tuvimos compasión el uno del otro. Ambos hicimos cambios radicales en nuestras vidas. Cosimo hoy vive con su esposa y dos hijos en el norte de Italia, y desde hace muchos años trabaja como mecánico. Yo, en los años de Palermo, descubrí un propósito de vida que sigue acompañándome hasta hoy. Un acto de compasión reciproca cambió el rumbo de nuestras vidas. Me pregunto: ¿Qué sería posible generar si le inyectamos más compasión a nuestras vidas?.

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