Por Luis Matías Sampedro G.
Desde la puesta en escena de la firma de los acuerdos de paz, el señor “Timoleón Jiménez”, o Rodrigo Londoño Echeverri, o “Timochenko”, o “ex comandante subversivo”, se ha venido beneficiando de una amplia operación de lavado de imagen y ensalzamiento que lo eleva a la categoría de grande prohombre de la nación. Lo acompañan en su empeño una justicia edificada por sus plenipotenciarios en Cuba, ante la gacha y servil actitud de los negociadores del Gobierno, hasta congresistas afectos a su movimiento, profesores, ideólogos y columnistas incapaces de superar sus esquemas mentales de los años 60, periodistas temerosos de ser tachados de “derechistas”, y, cómo no, el señor expresidente Juan Manuel Santos, que lo incluye en su último libro como uno de los grandes a los que hay que entrevistar para que digan cómo será el país del futuro. Borrados quedan los atroces crímenes cometidos por mano propia u ordenados por él. Algunos claman por poderle lamer sus botas untadas de sangre de pueblo colombiano como muestra máxima de pensamiento social progresista. Mientras tanto, al expresidente Uribe lo lapidan, lo vituperan y lo encarcelan. Retrato del alma de un país mezquino.