Pasó el Día Internacional de la Mujer, una fecha que, más allá de las flores y el montón de memes con frases bonitas circulando por whatsapp, no refleja la dramática realidad que vive el género femenino. Las mujeres viven en la lógica de los depredadores. Lo dicen las estadísticas. En esta tierra encomendada al Sagrado Corazón, el año pasado cerca de 19.000 mujeres menores de edad fueron víctimas de violencia sexual y 41.000 de violencia intrafamiliar. AhÍ no para la cosa. Atérrese... más de cuatro millones fueron tocadas por el conflicto y ojo que cuando digo “tocadas”, no me refiero a sedosas caricias.
Sin embargo, hay otro tipo de violencia, la subrepticia. Violencia subrepticia: dícese de aquellos epítetos despectivos usados para estigmatizar, dominar y someter el pensamiento, pero que pueden ser “políticamente correctos” y sirven para llevarse los puntos.
Expliquemos con un ejemplo haciendo la salvedad de que no hay ninguna consideración política ni me interesan las posiciones ideológicas que asumieron los personas implicadas. Sucedió la semana pasada. Fabián Sanabria, un profesor de la Universidad Nacional con altos títulos académicos y que goza de reconocimiento público, la agarró contra la abogada Natalia Bedoya, una mujer con cierta relevancia en el mundo digital, abiertamente de derecha y militante del Centro Democrático.
Luego de una discusión mediática, Sanabria, usando el lado incendiario de Twitter, la calificó de niñita “enciliconada (sic)” y “prepago”, minimizando su conocimiento o intelecto, con expresiones peyorativas que incluso se asocian al narcotráfico, un problemita “sencillo” que tenemos en esta tierra bañada por dos mares, ese mismo que tantos académicos -como Sanabria- no dudarían en señalar como fuente de la degradación social y política.
Sanabria terminó maltratando a alguien que, sin importar si refleja el estilo uribista, ese que les gusta a unos y espanta a otros, ha sido tan mujer como lo fue Rosa Elvira Cely o la niña Yuliana Samboní, y quién sabe cuántas más que no calificaron para ser simplemente tildadas como ensiliconadas pero sí para el ultraje hasta la muerte. ¿Qué esperar, entonces, si personas con visos progresistas salen con estas perlas?
Situaciones así denotan algo muy común en Colombia: los juicios de valor reductores. Mal que bien, el desacierto verbal fue aceptado como un error, pero quedó un tufillo de intolerancia e intransigencia hacia el pensamiento de los otros, que va más allá de ser un asunto misógino. El que trate de hacerlo, pues se le atiende: tenga su guarapazo (físico, si se quiere) y lleve su insulto, ah, y si da papaya, tenga su pordebajeada.
En este país hay asuntos culturales, políticos y sociales que hacen de la violencia contra la mujer una constante creciente por los prejuicios hacia ellas. Ahí sí, mujeres, no se acostumbren. No se acostumbren al juego de la violencia subrepticia que asesina el respeto que les debemos, esa misma que nace cuando se cree que en la silicona está la inteligencia de la mujer.