¿Cómo no va a ser indigno y soez el estilo de uno que otro comentarista desesperado por conseguir con la insolencia una celebridad que tal vez hasta lograría si se expresara como persona seria? Es un modo de hablar y escribir que se vale del insulto, el agravio, el irrespeto a los demás y el abuso de una cierta cuota de poder como formador o deformador de opinión, que se pierde, y eso es inminente, a medida que se abusa de la aceptación engañosa de reducidas audiencias que aplauden esa forma de espectacularidad irresponsable.
¿Cómo no preguntar con qué país están, en últimas, los que se extralimitan en la crítica y desvalorizan la libertad de opinión al convertirla en instrumento de disociación, de aborrecimiento acrático a todo lo que sea autoridad legítima, de incitación a la ilegalidad y a la negación de las reglas mínimas del llamado libre juego democrático, de menosprecio por mayorías probadas con datos electorales irrebatiblesy la subestimación de minorías que también tienen derechos en una sociedad abierta?
Cómo no extrañar, al menos, que individuos dotados de algún talento lo dilapiden al fomentar la absolutización de los derechos y la erradicación de los deberes, la primacía del modo totalitario de pensar y obrar para excluir a los que se les opongan y el desconocimiento inconcebible de las evidencias históricas para propagar mentiras que prosperan por causa de la ignorancia generalizada y el desinterés por conocer más allá de titulares y figuraciones superficiales y amañadas de los protagonistas y episodios del pasado?
Con el pretexto del globalismo, confundido con la idea discutible de internacionalismo, se porfía en borrar los conceptos de nación, de país, de patria y de intereses nacionales. Se les reduce a la catalogación de prejuicios burgueses. Se pretende borrar la soberanía. Se celebran los ultrajes del gobernante vecino al propio, como si no se cometieran agresiones violatorias de normas esenciales del derecho internacional.
El pensador mexicano Enrique Krauze ha sido insistente en su condena del discurso de odio y su invitación al respeto de la verdad: “¿Qué hacer frente a esta plaga intelectual y moral que enturbia el presente y amenaza el futuro del periodismo y las redes? ¿Cómo consolidar, en el espacio periodístico, mediático y cibernético, la práctica de valores tan esenciales como el rigor, la transparencia, el equilibrio, la disposición a razonar sobre las tesis contrarias, a rebatirlas con ideas y fundamentos?”
Los insultos inaceptables al Presidente Duque, las arremetidas de una oposición destructiva e irracional, la persecución sectaria y primitiva contra Uribe, son algunos ejemplos de esa intolerancia visceral, que parece catapultada desde una potencia enemiga y que no hay más remedio que aguantar en nombre de la libertad de expresión