Hasta Maquiavelo les aconsejaba al Príncipe y en general a los gobernantes que al menos fingieran que profesaban un criterio de veracidad. Mentir era, para el pionero de la ciencia política y lo fue después para filósofos como Max Weber, un defecto constitutivo del descrédito y la pérdida de legitimidad de quien pretendiera dirigir a los conciudadanos como colectivo y como sujetos individuales y asegurar mínima confiabilidad en procura del buen gobierno. Si un mandatario, elegido por la gente y en una sociedad de acento democrático, menosprecia o elude o excluye la veracidad y acaba sobresaliendo por su condición deplorable de mentiroso compulsivo, es obvio que no merezca seguir en su cargo. Así continúe ejerciéndolo, si ha borrado la veracidad no interpreta a sus gobernados.
No compartía hasta hace algunos días la iniciativa de revocarle el mandato al señor Alcalde de Medellín. La creía tan complicada como costosa para la ciudad, en términos de beneficios políticos y económicos. Pero he pensado que ante las circunstancias y las evidencias algún modo debería encontrarse y aplicarse para forzar un cambio en el gobierno de la segunda ciudad colombiana. Siempre he advertido que el Alcalde es un personaje inteligente, recursivo, con apariencia de ser bien intencionado, pero que ha llevado a tal extremo su compromiso globalista (y es obvio que la nuestra es hoy en día una auténtica ciudad global), que ha aceptado uno de los errores conceptuales y prácticos del globalismo, consistente en la subordinación de los tres valores fundamentales desde el comienzo de la historia del pensamiento filosófico: Verdad, bondad y belleza. Es una tríada que, para los globalistas a ultranza, no merece importancia. La Verdad está quedando enterrada en el olvido.
Mentir hasta en lo trivial, en los trinos de la absurda forma de gobernar por las redes sociales, en las declaraciones por los medios periodísticos, se volvió un modelo de comportamiento, que en este país personifica el gobernante mencionado. Que sea muy capaz, que haya sido elegido por mayorías ocasionales, que tenga una visión futurista muy ajustada a los quereres y expectativas de la gente innovadora y echada para adelante, que demuestre cuando habla una fluidez verbal acorde con su inteligencia, que esté empeñado en convertir a Medellín en un Syllicon Valley... Todo eso está bien. Ojalá se logre en el mediano plazo, como propósito y proyecto urbano prioritario. Pero este señor ha acreditado una tendencia inaceptable a decir mentiras, de la cual hay constancia diaria en las noticias. Y un funcionario de semejante categoría, sin credibilidad ni confiabilidad, pierde también la respetabilidad y por protagonizar un grave conflicto con la voluntad general debería renunciar o ser destronado, ser despojado del trono por sus conciudadanos