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Diego Aristizábal
Columnista

Diego Aristizábal

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Epitafios

Por Diego Aristizábal

desdeelcuarto@gmail.com

No es que estos tiempos sean especiales para pensar en la muerte, todos los días de la existencia nos dan señales de ella. Pero digamos que por estos meses hemos visto morir a más personas a diario por algo específico. La prensa los ha enumerado, los nombres han aparecido en algunos medios, incompletos, siempre incompletos. Cuando hablamos de muertos nunca se hace justicia, siempre hay alguien que será el 223 o el 599, el infinito inmemorable, y de repente algún nombre que los representa a todos, porque casi siempre hay que poner un nombre a cada causa, a una injusticia.

Ese que es un número para el mundo puede ser un universo para su familia, si la tiene, porque también hay números que no tienen familia, no tienen nadie que los extrañe o los pregunte. Quiero creer que siempre hay alguien que llora a los anónimos, a los NN, a los que no supieron que se iban a morir. ¿Será que aquel que se muere en el momento inadecuado era su momento adecuado? Lo que me gusta de la muerte es que se puede especular y, al menos a mí, me hace pensar en la vida, en lo corta que es, en lo curiosa, en lo drástica y profunda.

Hace un tiempo conocí a un señor que todas las mañanas llamaba por teléfono a su hermano ciego para leerle los avisos exequiales. Minuciosamente leía el nombre completo del difunto y luego quiénes firmaban el aviso. Así con cada uno. El domingo era el día más dispendioso. Se servía un café largo, marcaba el número de su hermano y emprendía su oficio. A veces repetía algún nombre y guardaba silencio, me imagino que al otro lado su hermano se quedaba pensando si conocía o no al muerto. Desde ese instante yo también empecé a leer con más cuidado los obituarios, solo para mí.

Hay un poeta que me gusta mucho, se llama Edgar Lee Masters, un abogado norteamericano que cuando tenía un poco más de cuarenta años publicó su libro “Antología de Spoon River”, una colección de epitafios concebidos a la manera de los que fueron preservados en la Antología griega, en la que cada difunto habla de sí mismo. Cada epitafio es la sintética y precisa revelación de una conducta humana, de un temperamento, de una actitud en medio de la vida compartida. Antes de morir todos deberíamos dejar por escrito una última idea, un relato o, en su defecto, que nazcan más poetas que sepan imaginar las historias de los muertos que no pesan y que también tendrían que ser recordados

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