Por Catalina Cock *
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Uno de los desafíos más grandes que tenemos como ciudadanos en medio del estallido social por el que atraviesa Colombia es encontrar el coraje para escuchar, para salir de nuestras propias esferas, de ese espacio donde comprendemos la realidad solo desde nuestra experiencia y desde donde abrazamos nuestra propia opinión como verdad única.
Esa posibilidad de escucha se hace aún más difícil en medio de la insólita violencia a la que hemos llegado y que por encima de todo, debemos rechazar. El miedo y la rabia nos llevan a injustas generalizaciones y es desde ese lugar desde donde etiquetamos a todos los jóvenes manifestantes como vándalos o a todos los representantes del Gobierno como asesinos.
Desde la Fundación Mi sangre, hemos escuchado con apertura y verdadera conciencia a las nuevas generaciones. Quince años de incansable trabajo con jóvenes de todo el país que, a pesar de inmensos obstáculos para acceder a sus derechos y de sufrir de manera directa las atrocidades de la violencia, han sido capaces de transcender su sufrimiento para convertirse en agentes de cambio positivo. Además de realizar importantes aportes en términos de prevención de violencias, inclusión social, convivencia, protección ambiental, entre otros, han trascendido a un liderazgo colaborativo, tejiendo redes y alianzas para incidir en la toma de decisiones a nivel municipal y departamental.
Si bien la agenda juvenil es tan diversa como Colombia, la tercera medición de la Gran Encuesta Nacional sobre jóvenes desarrollada por la Universidad del Rosario, El Tiempo y Cifras y Conceptos, nos dice que el 74 % priorizó la falta de empleo como uno de los cinco principales problemas que afectan al país, el 53 % pobreza, el 48 % corrupción, el 45 % demoras en atención de salud y el 44 % inseguridad.
Probablemente, quien esté leyendo este texto se sentirá bastante identificado con estas prioridades. Entonces, si nos reconocemos en las mismas problemáticas, ¿qué tal si lo hacemos también en las soluciones? ¿Y si superamos nuestros prejuicios para observar a través de los ojos de quienes marchan pacíficamente y sienten que su voz no es escuchada? ¿Y si encarnamos también otras perspectivas, como la de los empresarios, muchos de ellos pequeños, que ven desvanecer sus esfuerzos por las enormes pérdidas recientes, afectando incluso la generación de empleo? Si lo hacemos genuinamente, lograremos diseñar soluciones tangibles a nuestros desafíos, encontrando salidas que superen barreras y apalanquen capacidades de todos y todas.
En ese sentido, la construcción de confianza es esencial. Si abrimos espacios para escuchar a los jóvenes con mente y corazón abiertos, conseguiremos abordar una de sus más grandes necesidades: sentirse reconocidos, valorados, parte de un país que nos pertenece a todos. Esto es un paso fundamental para que ellos también escuchen y comprendan otras visiones.
Que los márgenes que han definido nuestra propia experiencia no nos impidan cruzar la línea para aprender y cocrear con los jóvenes ¡Nos están hablando! Solo cuando nos escuchemos, no para responder sino para comprender, tendremos la posibilidad de sentir un futuro que empieza a emerger y se manifiesta como una luz a través de una grieta
* Consejera de Proantioquia – Directora Fundación Mi sangre.
