Por david e. santos gómez
A mediados de marzo, cuando la OMS declaró pandemia al covid-19 y el mundo entero se vio abocado a la peor crisis económica, política y social en décadas, España despuntó como uno de los ejemplos del desastre. Sus cifras de contagios y muertos -que subían exponencialmente- y su sistema de salud colapsado, eran el futuro de terror al que ningún país quería llegar. Gobiernos de diferentes espectros lo tomaron como espejo de pánico para disponer los confinamientos más estrictos. Dos meses después, con los números en relativo control, la península empieza a abrirse de nuevo.
El gobierno socialista de Pedro Sánchez, que reacomodaba su administración cuando se desató la catástrofe, trata de encontrar un punto medio entre el regreso a la cotidianidad y la defensa de los más vulnerables. Su manejo de la problemática ha recibido fuertes críticas no solo desde la oposición sino de un alto porcentaje de los ciudadanos y ahora, que la curva de contagios parece descender, su continuidad política depende de qué tan exitosa resulte la reactivación de la economía.
Sin embargo, los primeros días de la nueva normalidad muestran imágenes preocupantes. A las evidentes contradicciones que salen de la Presidencia se le ha sumado un comportamiento alarmante por parte de la ciudadanía. Las plazas se ven abarrotadas, los almacenes de ropa tienen filas y filas de compradores y las playas, como si se tratara de un verano cualquiera, tienen centenares de bañistas desesperados por un poco de sol. En imágenes que parecen de otra época ya lejana, muchos caminantes evitaban el tapabocas, cuyo uso solo se hizo obligatorio la semana pasada.
Con más de 240 mil infectados y una cifra de muertes cercana a los 30 mil, España siente que su curva va en descenso y se permite algunas libertades. No sería raro, a pesar de tanto sufrimiento, que el fin de este infierno esté muy lejos y los números empiecen a aumentar en las semanas por venir. De ser así, las cuarentenas volverán a aplicarse y las puertas tendrán que echar cerrojo una vez más.
España es aún nuestro futuro. Lo fue cuando la pandemia estalló y lo es ahora cuando parece aflojar. Serán sus datos los que nos digan cómo será la segunda ola de contagios y si las aperturas aceleradas, de comportamientos sociales irresponsables, terminan por echar tierra al enorme esfuerzo que ya se ha hecho.