Un amigo muy inteligente pero un poco despistado me insistió en que no encontraba razón para que en Colombia nos preocupara más la crisis venezolana que los problemas internos de nuestro país. Que mediante el cerco diplomático establecido para diezmar el régimen de Maduro estaría violándose el principio de no intervención en los asuntos propios de un estado soberano. Esa es una tendencia que desconoce o subestima la magnitud de los hechos de actualidad e ignora el impacto de las acciones hostiles del gobernante vecino no sólo en los derechos humanos de sus connacionales sino también en la estabilidad colombiana, sin duda amenazada.
Por esa equivocada valoración de la trascendencia histórica de lo que está sucediendo con Venezuela se menosprecian serios intereses nacionales de Colombia. Ante las evidencias de agresión desde el vecindario no es legítimo sostener una posición indolente, así como, por obvias razones, es inaceptable cualquier tipo de complicidad, ingenua o como sea, con las arremetidas despóticas del régimen venezolano. Pero lo que estoy subrayando con tal ejemplo es el alejamiento de la realidad que acusan ciertos sectores intelectuales llamados a ser conscientes de la gravedad de los sucesos de cada día y, sin embargo, alucinados por una ideología disparatada y anacrónica adscrita al llamado Pacto de Río, que se empecina en sostenerse en contra de la corriente mundial de defensa de la democracia, los derechos humanos y las libertades.
Y tan grave como aislarse de los hechos actuales para negarles historicidad es ignorar, desconocer o subestimar los antecedentes históricos. Son fundamentales para comprender lo que pasa y lo que nos pasa, tanto la realidad actual, de la cual apenas se leen versiones superficiales, pues mucha gente suele conformarse con titulares inmediatistas y descontextualizados, como la realidad que aporta el discurrir de la historia. Deben importar el aquí y ahora y el allá y entonces. El primero, porque nos sitúa en unas coordenadas interpretativas menos inexactas. El segundo, porque nos ayuda a reconocer el influjo decisivo del pasado en el presente.
La ignorancia de la historia es una de las características de la mala educación media y superior. De la historia en presente y en pasado. Propicia la penosa condición de marginalidad, ensimismamiento e indiferencia que tanto se le ha atribuido a una facción de la clase intelectual enclaustrada y estéril, que no genera ideas ni juicios de valor sobre el devenir político y social, que sólo produce expresiones circunstanciales y sesgadas de protesta o de censura, que se limita a reproducir por Facebook conceptos ajenos con los que simpatiza, que fuerza a la gente joven a mirar para donde le conviene. No les hagamos tanto caso a esos respetables individuos que están lejísimos de la realidad.