Hoy en día vivimos en un contexto de polarización constante sobre la discusión de los asuntos públicos. Distintas posturas toman posición para defender puntos de vista extremos que se distancian cada día más y desdibujan la riqueza del espectro político para acotarlo a dos polos irreconciliables. Los puntos medios de consenso encuentran grandes dificultades, con la consecuencia de caminos tortuosos y a veces imposibles, para definir soluciones propicias a muchos de los problemas que atañen a nuestro bienestar general.
La polarización es la incapacidad de pactar y llegar a acuerdos que permitan avanzar a una sociedad. Así la define el autor Joaquín Villalobos en su texto titulado Del miedo a la ingobernabilidad. La salvadoreñización de Colombia, el cual tuvo como propósito, luego de la firma del Acuerdo de paz y ad-portas de las pasadas elecciones presidenciales, advertirnos a los colombianos sobre el abismo al que puede llevarnos la polarización política extrema. Si bien Colombia todavía nos parece que aún está lejos de una situación de polarización como la de El Salvador -que llevó a este país a una guerra civil-, la advertencia de Villalobos, si las cosas no las detenemos a tiempo y entre todos, hay que tomarla en serio.
La polarización implica dejar de lado elementos esenciales para el ejercicio democrático como: la racionalidad, el pragmatismo, la calidad de nuestros políticos para el servicio público, la inteligencia en la discusión y el diálogo como mecanismo básico de deliberación. Estos valores esenciales para el desarrollo de la democracia se reemplazan de manera radical por las emociones primarias, los fundamentalismos, la precariedad del servicio público, la ignorancia sobre la discusión pública, y el uso de la mentira y la violencia como principales herramientas para desdibujar al otro.
La polarización resignifica la democracia de forma negativa, impidiendo su desenvolvimiento y el estancamiento de una sociedad. Se niega a la existencia de espacios para la discusión y la construcción de pactos sobre asuntos públicos esenciales como la paz, el desarrollo económico o el cuidado del medio ambiente. Los conflictos escalan rápidamente y la intolerancia del otro se hace natural y se justifica como necesaria; el miedo imposibilita la comprensión de un contexto más allá de las diferencias políticas e impide encontrar acuerdos que dejen al lado el odio y la violencia como instrumentos de represión. Como dice Villalobos activar el miedo para señalar al otro como enemigo es sumamente fácil, pero encontrar el consenso para la reunificación de una sociedad que permita emprender caminos de solución a temas sensibles, será después bien difícil. La polarización no nutre la discusión de una sociedad; la agota y la encierra en un círculo vicioso sin salida.
En la discusión sobre asuntos cruciales para nuestra sociedad debemos rechazar la polarización. Encontrar puntos de vista, defenderlos con argumentos a partir de la razón y la información de calidad, y no de la simple emoción primaria, la intolerancia y el miedo, debe ser una prioridad ciudadana para el desenvolvimiento de nuestra democracia.
Llamamos a formar masas críticas que busquen construir a partir de las diferencias; encontrar consensos y esbozar visiones de futuro, mediante el ejercicio del diálogo y la deliberación. Villalobos no solo sirve para aprender de la trágica experiencia de El Salvador, sino más importante, advertirnos cómo debemos liderar la discusión pública en Colombia: respetar, dialogar, pactar y construir.
Y esto sí que se aplica al movimiento de ¡la Minga!.
* Presidente Proantioquia