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¿Exageramos

con Venezuela?

Por carlos alberto giraldo

carlosgi@elcolombiano.com.co

Aunque a muchos militantes de la izquierda colombiana les molesta que Nicolás Maduro tenga lugar privilegiado en la retórica diplomática del presidente Iván Duque y del canciller Carlos Holmes Trujillo, la realidad comprueba que ni el mismo Hugo Chávez llegó a ser tan incómodo y peligroso para nuestra estabilidad y seguridad como su sucesor en Miraflores.

Además de que necesita involucrar de manera permanente a este país en sus bravuconadas de acento seudonacionalista, invocando supuestos planes desestabilizadores por parte del gobierno de Bogotá con apoyo de Washington, para tender cortinas de humo sobre su desastre social y económico, varios de los principales factores de perturbación de la Colombia actual tienen origen y asiento en Venezuela.

El apoyo a la guerrilla del Eln y las Farc, y hoy a las disidencias (dentro y fuera de su territorio) ha sido incondicional y sostenido. El mismo exjefe de las Farc, Rodrigo Londoño, “Timochenko”, dio claves esta semana ante el rearme de ‘Iván Márquez’, ‘Santrich’ y compañía: “Sabemos que los que se llaman hoy jefes no van a hacer la guerra, que se quedarán del otro lado de la frontera”.

Ante un poder de fuego más limitado tras la desmovilización, Venezuela es hoy la retaguardia estratégica de los grupos organizados residuales y del Eln, que ejecutan un plan de alianza, expansión y reestructuración, con asistencia de Maduro y su cúpula.

Pero, además, Venezuela es enclave y puente, aéreo y marítimo, del narcotráfico colombo-mexicano. Los carteles en todas sus versiones tienen oficinas y enlaces en Venezuela, donde operan a sus anchas con la complicidad abierta de los “boliburgueses” y del generalato militar y policial. De la misma manera tiene ruta por allí el oro de las bandas criminales colombianas.

El contrabando histórico de gasolina, mercaderías, armas y ganado no solo está en auge en un país larvado por la corrupción sino que es una amenaza sanitaria: desde productos sin estándares de higiene, e incluso en descomposición, hasta brotes de aftosa.

Y por supuesto está el amplio espectro de males y conflictos que derivan de la peor crisis migratoria de Latinoamérica en 50 años: descomposición social, desempleo, insalubridad, informalidad, xenofobia, aporofobia, inseguridad y una violencia real y simbólica que golpea a los niños, mujeres, ancianos y enfermos del destierro y que también da coletazos a los estratos locales vulnerables.

¿Será exagerado que nuestras autoridades se preocupen todo el tiempo por la evolución de la compleja crisis venezolana? ¿Una cortina de humo, pero de Duque? No, qué va, si nos dormimos, si no prestamos atención, Maduro nos enreda la vida no solo con sus vociferadas revistas militares sino con estas plagas capaces de penetrar y dañar tan hondo el tejido social de ambos países.

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