Los jóvenes estudiantes que asesinan indiscriminadamente a sus compañeros de clase en colegios de Estados Unidos, los recientes acontecimientos de protesta social acompañados de vandalismo y barbarie, y muchas otras manifestaciones sociales nos indican que algo anda mal en parte importante de la juventud. Ello nos deja múltiples enseñanzas y motivos de reflexión sobre el modelo educativo que rige el mundo occidental. En nuestro caso, los desórdenes estudiantiles en diferentes ciudades del país llevan a pensar en la necesidad de cambios de fondo con visión de largo plazo.
Pareciera que la humanidad viviera en una atmósfera de odio inspirada en un capitalismo salvaje (homo economicus), la competencia voraz y una economía de mercado que nos induce a pensar que es más importante el amor al dinero que el amor a la vida, con sus obvias consecuencias de injusticia, inequidad y violencia. Una de las resultantes son personas con todos los bienes materiales que no han podido entender el valor de la vida. Personas sin restricciones de dinero que no conocen la felicidad.
En Colombia la protesta es un derecho constitucional (art. 37), necesario y justo, pero solo cuando la protesta es pacífica, sin que atente contra del orden constitucional ni contra la seguridad ciudadana. De ello podemos deducir que algunas de las manifestaciones de protesta social que nos afectan tienen un origen y una motivación justa, pero se expresan dentro de métodos y propósitos equivocados, los cuales antes que contribuir a una solución agravan el problema.
Cómo puede no haber motivos para la protesta social en Colombia si las estadísticas y los organismos multilaterales nos indican que somos el país con mayor riesgo de crisis social en Latinoamérica; si tenemos el mayor número de desplazados en el mundo (cerca de 8 millones); si somos el tercer país en homicidios infantiles dentro de 175 países evaluados; si uno de cada 10 niños sufre de desnutrición crónica y uno de cada 3 niños sufre de pobreza multidimensional, y si el 15 % del presupuesto nacional termina en manos corruptas.
Si pensamos en una solución real, sin maquillajes y de largo plazo, necesitamos una nueva educación fundamentada en ética, principios y valores. Que induzca a los alumnos a pensar no solo en el diploma y el éxito laboral, sino a perseguir aquello que los seduce, los apasiona y les produce un real sentido de autorrealización. Que aprecie y busque dignificar las relaciones humanas y el valor de los bienes comunes.
Una nueva educación que construya una conciencia crítica fundamentada en la democracia, la solidaridad y la justicia, y no en el monetarismo y las ansias de poder. Porque si el estudiante busca simplemente la profesión que le produzca más dinero, está creando su propia corrupción. Albert Einstein afirmó que, si induces a un niño de secundaria a escoger una profesión en función de la remuneración futura, eres un criminal. A quien trabaja en función de lo que lo apasiona, nadie lo puede corromper.
Estamos a dos días de las elecciones regionales y ello supone una valiosa oportunidad para reflexionar sobre la importancia de privilegiar los compromisos con una educación diferente a la tradicional. Nuccio Ordine expresa en su libro La Importancia de lo inútil: “Cuando la crisis atenaza a una nación es más necesario que nunca duplicar los fondos destinados a los saberes y a la educación...”. Este debe ser un importante referente para las decisiones que tenemos en nuestras manos.