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Falsas lecciones de ejemplaridad

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Por Máriam Martínez-Bascuñán

Esta semana contemplamos atónitos cómo los gigantes tecnológicos silenciaban al presidente de Estados Unidos. Vistas sus formas fascistoides, muchos sentimos el impulso de celebrar la decisión, pero la realidad es que resulta inquietante comprobar el poder de Zuckerberg y sus acólitos. Se refuerza la idea de que el dinero está por encima de la democracia y que los gigantes de Internet son los nuevos mediadores. Son, desde luego, malas noticias, pues los mediadores tradicionales eran el dique de contención de los excesos que perturban las democracias. ¿Qué ocurrirá ahora? Uno de los riesgos de que Twitter sustituya a los medios de comunicación es convertir la esfera pública en pura estimulación emocional, por ejemplo, al alegrarnos, ufanas, de que vuelva la censura. Hemos visto cómo un ególatra destruía la larga historia democrática del Partido Republicano, y cómo la atomización del poder, propiciada por la horizontalidad de las redes y el auge de los hiperliderazgos verticales, provocaba el vaciado de la mediación. Pero si esta se debilita, el poder lo toman los caciques, no el pueblo.

La decisión de silenciar a Trump llega cuando parecía que la pandemia había abierto una oportunidad para que los viejos mediadores restaurasen su credibilidad. La ciencia y la opinión experta reinaron durante las horas más grises de la pandemia, y casi vimos recobrado el vigor de los medios de calidad. Algo parecido sucedió con la concentración del poder de los Estados. Los ciudadanos queríamos información veraz, confiábamos en la ciencia, y no recurrimos a la “autoorganización” de las masas para gestionar los confinamientos o enfrentar el reto logístico de la vacuna. Ciencia, hechos, Estado e instituciones volvían como poderes duros frente al populismo. Los antiguos mediadores.

Y la oportunidad sigue ahí. Lo que en 2016 llamamos posverdad nos alertó sobre las razones por las que perdimos nuestra credibilidad como fuentes fiables y no contaminadas. Los mediadores no son profetas de la verdad enseñando a las masas, y su papel no es solo ilustrar al ciudadano: también deben trasladar a las élites las ansiedades de la ciudadanía. Solo así la jerarquía se transforma en círculo y se posibilita un consenso sobre los hechos y la conciencia de pertenecer a un mundo común.

Ese consenso es nuestro escudo frente a las mentiras y los mitos de los autócratas, y las instituciones deben preservar el acuerdo. No caigamos, entonces, en los cantos de sirena de quienes fueron cómplices de la posverdad y, ahora que el presidente es un zombi, pretenden dar falsas lecciones de ejemplaridad

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