El tema al cual quiero referirme inicia en el año 2016 con la idea de reunir un grupo de destacadas personalidades de la vida nacional, de diferentes campos de la actividad humana, pero con un común denominador: vida ética transparente, compromiso en la construcción de nación y convencimiento de la necesidad de una paz negociada, justa y duradera. Así nació la Corporación La Paz Querida.
En marzo del año pasado fui invitado a firmar la carta que un grupo de ciudadanos se proponía dirigir al Secretario General de la ONU, con motivo de las objeciones presidenciales a la Ley Estatutaria de la JEP. Con esa carta inició actividades otra organización: la iniciativa Defendamos La Paz, IDP, que ya ha logrado resonancia internacional.
En día posterior al paro del 21 de noviembre, las organizaciones que constituyen el Comité Nacional del Paro y otras, como IDP, enviaron una carta al señor presidente solicitándole un diálogo incluyente, democrático y eficaz sobre los problemas fundamentales del país. Entre los firmantes de la carta apareció mi nombre, y ahí se armó la de Troya.
Algún oficial superior envió una carta abierta al Cuerpo de Generales y Almirantes, CGA, solicitando mi separación de la organización, acompañada de adjetivaciones injuriosas y palabras procaces. A ella se sumaron algunas voces de militares en retiro, algunas de compañeros de grado, con epítetos desobligantes como no había recibido en mis 74 años de vida. Ello me llevó a presentar un derecho de petición a la presidencia de dicha organización, el cual fue respondido cortésmente dentro de los plazos estipulado en la ley.
Pero cuando se mancilla la honra y buen nombre de un soldado que durante 40 años ha liderado con el ejemplo y mantenido la ética como pilar de su conducta, se causan heridas difíciles de restañar. Consideré entonces que lo sano era iniciar una catarsis y un análisis del entorno para buscar las causas y caminos que la situación aconseja.
Procurar la Paz en Colombia es parte de mi esencia y de mi plan de vida. Lo hice como soldado durante cuarenta años en uniforme, convencido de que se podía lograr por medio de las armas. Luego, durante 16 años, como ciudadano con derechos plenos, apostándole a soluciones producto de la concertación.
En mi generación a nadie la institución le dio las oportunidades de ilustración y capacitación que a mí me proporcionó. De ahí mi eterno agradecimiento y perenne compromiso con ella. Aprendí que ninguna victoria militar es posible a espaldas de su propio pueblo; que debemos respetar las ideas de los demás, pero nunca traicionar las propias, y que el mejor general es el que se toma la ciudad sin disparar una flecha, como lo enseñó Sun Tzu. Aprendí que los militares debemos proteger la totalidad de la población y sus intereses legítimos, y no solo los de aquellos pertenecientes a determinada ideología, religión o grupo económico o social, y que la acción legítima del uso de la fuerza no es la única vía para resolver conflictos internos que nacen de causas sociales y políticas, mas no militares.
La conclusión de este proceso de reflexión es la convicción sobre la necesidad inaplazable del diálogo social, como prerrequisito para lograr la paz. Dentro de él, se hace imperativo propiciar una conversación estructurada, amplia y metódica entre la sociedad colombiana y sus Fuerzas Militares. Debemos aprender a dialogar, fundamentalmente con quien piensa diferente, y no hablar solo para oír nuestro propio eco.