Por Cristian Felipe Ramírez G.
Universidad de Antioquia
Facultad Historia, semestre 9
cfelipe.ramirez@udea.edu.co
Es poco conocido el match de ajedrez que Colombia entabló contra Venezuela en 1911, y que fue por telégrafo. Aunque se habían dado algunos intentos de jugar el deporte ciencia en Estados Unidos, Argentina y España por el mismo medio, es curioso que las legaciones de los dos países suramericanos se empecinaran en jugar a la distancia a punta de código Morse, como si ya el ajedrez no fuera en sí un lenguaje distinto y complejo.
La partida, proyectada a tres juegos, nunca se llevó a término, y, para enojo de periodistas ávidos de noticias, los delegados ajedrecísticos en Bogotá abandonaron la partida en el movimiento 60. La copa de oro propuesta por Juan Vicente Gómez al ganador, así como la obra de arte de Carlos E. Restrepo y las muchas apuestas generadas por la gente, fueron cayendo gradualmente en el olvido.
La demora en las comunicaciones del momento impidió desarrollar un juego con rapidez, soltura y estrategia, y la posibilidad de intriga se vio afectada por la espera excesiva. Para Colombia fue una contienda no llevada al campo de las armas -por fortuna-. Jugarse el honor en sesenta y cuatro escaques era válido para un país devastado que no podía darse el lujo de jugárselo en su geografía.
Una paradoja visible era que estos países hermanos, que hoy pasan por una situación tensa de relación internacional, se empeñaran en defender al rey en un match de ajedrez, el mismo que buscaban deponer en el XIX a punta de revuelta política. En un siglo se pretende su caída en la realidad; en el XX se busca su resguardo en un tablero.
Pero no nos engañemos. Si miramos bien, la vida en Colombia sigue siendo una partida de ajedrez que consiste en cuidar al rey o al poderoso a costa de arriesgar a los peones.
El problema es que la partida aún la seguimos jugando. Deberíamos, en cambio, buscar líderes que nos ayuden a renunciar a ese match, como en 1911. Y así “perdamos por W” (W.O), ese perder sí es ganar un poco.
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