Creo que fue Alice Munro quien dijo una vez que mientras su madre moría en un hospital, en lo único que ella pensaba era cómo iba a narrar eso. Un escritor comprende el universo en la medida que escribe. Y para escribir no hay que mirar muy lejos, es suficiente la cotidianidad, lo que parece burdo de tanto verlo, pero que no siempre es fácil de comprender y de narrar. Para mí un escritor es quien mira su día a día, lo cuenta y uno siente que en sus palabras no hay más de lo mismo, es una invención que nos hace sentir el asombro.
Así fui leyendo “Gente normal”, de la joven escritora Sally Rooney, un agradable y sorprendente descubrimiento para mí. Al principio, uno pasa las páginas y no hay amor inmediato, uno no sabe muy bien para dónde va, qué quiere; luego, es justamente eso lo que te atrapa, se aprecia el paso de los meses y los años, los diálogos tan espontáneos, los rasgos de sinceridad de los personajes, los problemas que los jóvenes han tenido: la creencia de que se es raro, el pensamiento ajeno al de los demás, el deseo de hacer cosas inusuales, el temor a no encajar, el deseo de no encajar, la incertidumbre de sentir que no merece nada, la depresión, en fin.
Marianne y Connell son dos jóvenes muy distintos en casi todos los sentidos, pero se encuentran en una extraña amistad que, a la vez, es un amor enmarañado. “Estar a solas con Marianne es como abrir una puerta que permite salir de la vida normal y cerrarla tras de sí”, se lee muy al principio. Este libro está cargado de reflexiones cotidianas, la forma extraña como pueden darse las relaciones, las aprobaciones sociales, el suicidio de alguien conocido y su impacto, la incapacidad de poder expresar cómo se siente alguien ante otro, el cuestionamiento constante de lo que se siente y cómo se siente, la ambigüedad humana, las relaciones familiares y, de repente, algún párrafo capaz de construir a través de una imagen alguna realidad, alguna emoción: “Por dentro no sentía nada. Era como un producto de la nevera que se ha descongelado demasiado rápido por fuera y va derritiéndose por todas partes, mientras que por dentro sigue completamente helado. En cierto modo, estaba expresando más emociones que nunca en su vida, pero al mismo tiempo sentía menos, no sentía nada”.
Las personas, como cierra el libro, pueden transformarse de verdad unas a otras, por algo, Connell y Marianne han sido “como dos plantitas compartiendo el mismo trozo de tierra, han crecido el uno en torno al otro, retorciéndose para hacerse sitio, adoptando posturas improbables”, para mí, esa es la gente normal