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Querido Gabriel,
Llegó la hora de aprender a vivir con el virus, no podemos seguir escondidos. Necesitamos cuidarnos y, al mismo tiempo, retomar nuestra vida. El covid- 19 no se irá, ya lo explicaron los científicos. Debemos comprender que la pandemia nos cambió la existencia, que cuando el entorno se modifica radicalmente, la adaptación es la única respuesta posible. ¿Hablamos en nuestra tertulia sobre esos necesarios y simples hábitos pandémicos que hay que instaurar? ¿Conversamos acerca de cómo hacerlo sin violentar, sin suprimir derechos?
Algunos políticos caen en la tentación de implantar un régimen de control, llenos de leyes que prohíben, con sus multas y condenas. Olvidan el capítulo X de El Principito, cuando el rey dice: “Yo tengo el derecho de exigir obediencia porque mis órdenes son razonables”. Las soluciones de autoridad son muchas veces útiles para estabilizar una situación, por eso, por ejemplo, era necesario el aislamiento, pero en el largo plazo van contra algunos de nuestros principios democráticos más queridos, como la privacidad o la libertad. “Nadie puede ser obligado justificadamente a realizar o no determinados actos, porque eso fuera mejor para él...” escribió John Stuart Mill.
Sin embargo, una explicación clara no basta para transformar un hábito. Aunque los seres humanos no somos completamente irracionales, debemos reconocer, al menos, que nuestra racionalidad es limitada. No siempre actuamos en nuestro beneficio y a veces, sin querer, hacemos daño a los demás con decisiones nada racionales. Pensemos en actos como fumar, consumir alimentos dañinos, usar vehículos que envenenan el aire, trabajar hasta enfermarnos e incluso la peligrosísima costumbre de salir sin máscara-tapabocas de nuestra casa. La ciencia ya comprobó, en este caso, que usar una máscara que nos cubre la boca y la nariz disminuye el riesgo de contagio de esta enfermedad a casi la sexta parte. Lo racional sería usarla a toda hora, pero nuestras viejas costumbres dicen otra cosa: “Es incómodo, es solo una gripa, hacen falta las sonrisas, ayer salí y mucha gente no la usaba”, oímos por ahí. Lamentablemente, ante asuntos que nos incomodan, preferimos engañarnos.
Ante ese dilema, entre la razón insuficiente y los derechos que necesariamente debemos proteger, aparecen las intervenciones o “pequeños empujones” de las ciencias del comportamiento, popularizadas por los ganadores del Nobel, Thaler y Sunstein. Al comprender la sicología humana y la forma en que tomamos decisiones, nos dan claves para incidir en ellas y orientarlas hacia el cuidado o el bienestar, sin forzar a nadie.
Usar máscaras, guardar distancia y lavarnos las manos con más frecuencia, son hábitos que se podrían entonces implantar desde la ciencia y no desde el miedo, el cariño y no la fuerza, la belleza y no la vulgaridad. Acciones como estas podrían servir: el gobernante que, en televisión, si está en un espacio cerrado, usa bien su máscara y lo explica; el artista famoso que hace un corto video para redes lavándose las manos mientras tararea su canción más popular; el líder de empresa que, cuando reactiva su operación, siempre a menos de un metro de los demás, pronuncia unas palabras de aliento, con el tapabocas bien puesto.
Inspiremos nuestra conversación en el arquetipo del dios griego Hermes, el de la comunicación y guía de los viajeros. Quizá las ciencias del comportamiento y sus “intervenciones” puedan ser la forma moderna del montículo de piedras en los cruces de caminos, símbolo de este dios, que no te dice qué ruta tomar, pero sí te da, amablemente, algunas señales. Entre Hermes que orienta y Zeus que castiga, escojamos el primero, cada que podamos.
* Director de Comfama
