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¿Hacia la servidumbre voluntaria?

Es el pueblo el que se esclaviza, el que se corta el cuello, ya que teniendo en sus manos el elegir estar sujeto o ser libre, abandona su independencia y toma el yugo, consiente en su mal o, más bien, lo persigue

Parece dicho a propósito de la inclinación del pueblo colombiano que reflejan las encuestas electorales, pero fue escrita hace 448 años por Étienne de la Boétie en su Discurso sobre la servidumbre voluntaria.

Antecedentes violentos, amistades criminales, vínculos con países totalitarios, estilo mayestático y descaradas propuestas que anuncian propósitos liberticidas y tiránicos y, sin embargo, la intención de voto por Petro no ha dejado de crecer desde el temprano inicio de su campaña electoral.

La campaña bien diseñada y mejor financiada cae en terreno abonado porque, como ha señalado Popper, “las ideas totalitarias tienen un extraño influjo y ejercen una extraña fascinación sobre muchas personas [...] ejercen una gran atracción sobre quienes se sienten disconformes e insatisfechos con una sociedad libre, abierta y competitiva”.

La sociedad libre, abierta y competitiva es, por supuesto, la sociedad capitalista, que tuvo el infortunio de ser bautizada por su peor enemigo, Marx, cuando apenas salía del huevo. Smith no usa el término capitalismo y se refiere a ella con el hermoso nombre de Gran Sociedad, más recientemente Hayek la ha llamado Orden espontáneo. El asunto no es de semántica pura.

Al poner el énfasis sobre el capital material o financiero, se desdibujó casi por completo el papel del empresario, cuya actividad e ingenio ponen en movimiento las tierras, los capitales y los trabajos para producir los bienes y servicios que colman las necesidades de la gente. De la actividad del empresario depende todo: los bienes y servicios que llegan al mercado y los ingresos con los que trabajadores, terratenientes y capitalistas adquieren esos bienes y servicios.

El capitalismo ha vivido a la defensiva, pero es tal su fortaleza que funciona, aunque no entiendan cómo lo hace, en medio violentos ataques. Lo grave es que en la mentalidad de sus “defensores” se ha instalado la idea de que el capitalismo, a pesar de sus logros productivos, es un sistema intrínsecamente malo que debe ser corregido por la acción del gobierno, incluso si esa corrección llega a socavar el motor de su funcionamiento: la búsqueda del beneficio monetario.

La defensa del capitalismo liberal debe hacerse sin complejos, reivindicando el papel de la función empresarial, su superioridad productiva y su inmensa capacidad de reducir la pobreza e igualar el consumo. Además, su elevada moralidad.

El capitalismo es resultado y condición de la extraordinaria expansión de las fronteras de la libertad humana y de su ineludible correlato: la responsabilidad individual. El ejercicio responsable de la libertad contribuye al desarrollo virtudes como la frugalidad, el ahorro, la prudencia, la esperanza, la fe, la responsabilidad, la solidaridad e, incluso, el amor. Hay que recuperar, en palabras de McCloskey, el respeto virtuoso por lo que hoy todos somos: burgueses, capitalistas y comerciantes 

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