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Por María Teresa Figueroa B.
Soy una desempleada más por la crisis económica, nuestra empresa de servicios no pudo sostenerse más con la cancelación masiva de contratos que teníamos con otras que hoy también están en la olla. Digo desempleada pero no desocupada, pues tengo dos hijas en edad escolar y un marido echado pa’ delante al que le ayudo a brazo partido a seguir en la lucha con su empleo. En 2002 voté para la Presidencia por Álvaro Uribe por única vez. Llevo días leyendo a periodistas en sus redes sociales y encuentro no informadores sino proselitistas, están en su derecho de hacer campaña y de manifestar sus simpatías o sus odios, bastante profundos por demás, pero que luego no vayan por ahí exigiendo objetividad (de los demás, se entiende). Ninguno de los opositores de Uribe me ha podido convencer de que su caso no es injusto al compararlo con la libertad e impunidad de la que gozan los exjefes de las Farc. Los que atacan a Uribe dicen que son casos que no tienen nada que ver. Pues van a tener que empeñarse más en el análisis, porque somos muchos los colombianos que consideramos que eso es una ofensa inaceptable para la gente, que los unos estén campantes y el otro esté detenido. ¿Les parece que eso es justo? ¿El odio les anuló la razón?
