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Carmen Elena Villa Betancourt
Columnista

Carmen Elena Villa Betancourt

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Hermana Dulce, “el ángel bueno de Bahía”

Por

Carmen Elena Villa

Estuvo nominada al Premio nobel de la paz en 1988 pero el pasado domingo recibió otro reconocimiento: La canonización. Es decir, cuando la Iglesia Católica confirma que una persona vivió en grado heroico sus virtudes dignas de imitar y asegura, tras una rigurosa investigación sobre su vida, en comprobar que esta tuvo como centro a Jesús y sus enseñanzas. Ella es la religiosa brasileña Dulce Lopes Pontes, más conocida como “Hermana Dulce” quien el pasado domingo pasó a convertirse en la primera santa mujer de este país. Ella fue la fundadora de la Unión de trabajadores de San Francisco, un movimiento cristiano de obreros en Bahía.

Su nombre de pila era María Rita. Nació en 1914. Tenía seis años cuando murió su madre y sus tías se encargaron de su crianza. A los 13 años una de ellas la llevó a conocer las áreas más pobres de su ciudad, hecho que le despertó una gran sensibilidad frente a ellos. Así, a los 18 años entró a formar parte de la Congregación de las Hermanas Misioneras de la Inmaculada Concepción de Madre de Dios.

La religiosa comenzó a refugiar personas enfermas en casas abandonadas en una isla de Salvador de Bahía. Después fueron desalojados y ella trasladó este albergue a un antiguo mercado de pescado, pero el Ayuntamiento la obligó a dejar este lugar.

Pero este hecho no desanimó a la hermana Dulce. El único sitio donde podía recibir a más de 70 personas que necesitaban asistencia médica fue el gallinero del convento donde vivía y este se convirtió en un hospital improvisado. Más tarde pasó a ser el hospital San Antonio, el cual dirigió hasta su muerte. Hoy este centro de salud cuenta con más de 1.500 camas y, según el portal Vatican News “está a la vanguardia en el tratamiento de las enfermedades oncológicas”. Sus fundaciones se conocen con el nombre de Obras Sociales de la Hermana Dulce, y las siglas OSID (Obras Sociais Irmã Dulce, en portugués).

En sus últimos 30 años de vida, la salud de la religiosa estaba muy debilitada. Sólo tenía el 30% de la capacidad respiratoria. En 1990 esta comenzó a empeorar, y por 16 meses permaneció hospitalizada. Allí recibió la visita del hoy San Juan Pablo II con quien había tenido una audiencia privada diez años antes. Luego fue trasladada al convento de San Antonio donde murió el 13 de marzo de 1992. Miles hombres y mujeres en condiciones de extrema pobreza se congregaron para despedirla.

Así llegó el domingo a los altares esta religiosa que con su ímpetu y su “genio femenino” puso en marcha colegios, bibliotecas, uniones obreras católicas, albergues, además de una extraordinaria red hospitalaria. Hoy, los brasileños honran su memoria y muchas personas necesitadas se lo agradecen “Creo que soy como el pequeño amor de mi pequeño corazón, que por más amor que tenga es poco para un Dios tan grande”, dijo una vez.

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