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Hermanos todos

Por Fernando Velásquez V.

fernandovelasquez55@gmail.com

En un mundo en el cual cerca de 1300 millones de seres humanos viven en condiciones de marcada pobreza y la desigualdad social se enseñorea por doquier, en medio de la terrible pandemia del coronavirus que tantas víctimas y sufrimiento ha cobrado, de la guerra, la discriminación, la injusticia, el egoísmo, la intolerancia, la indiferencia, etc., es un gran acontecimiento la aparición –el pasado tres de octubre– de la tercera Carta Encíclica del Papa, intitulada como Fratelli Tutti, cuyo nombre toma de las “Admoniciones” de San Francesco d’Assisi. Un texto, que contiene ocho capítulos y culmina con sendas oraciones, concebido como “[...] un humilde aporte a la reflexión para que, frente a diversas y actuales formas de eliminar o de ignorar a otros, seamos capaces de reaccionar con un nuevo sueño de fraternidad y de amistad social que no se quede en las palabras”.

Se quiere, pues, aportar para la construcción de una sociedad mejor en un planeta que vive una conflagración mundial “a pedazos”. Esa es la razón por la cual, se dice que en muchos lugares del mundo “hacen falta caminos de paz que lleven a cicatrizar las heridas, se necesitan artesanos de paz dispuestos a generar procesos de sanación y de reencuentro”. Es necesario, entonces, poner fin a la guerra la cual se define como “un fracaso de la política y de la humanidad, una claudicación vergonzosa, una derrota frente a las fuerzas del mal”.

Por ello, se condenan la guerra y la globalización planetaria que, en el contexto de una filosofía neoliberal, es insensible y discriminadora, para fomentar un individualismo consumista “indiferente y despiadado”. Un capitalismo salvaje que solo pregona la acumulación de riquezas y no el beneficio colectivo; en fin, un mundo masificado que hace prevalecer los intereses individuales y debilita la dimensión comunitaria de la existencia. Por eso, se señala de forma dolorosa, “hay más bien mercados, donde las personas cumplen roles de consumidores o de espectadores”; es más: es evidente la falta de ética en todos los campos, incluido el de las relaciones internacionales, porque “no existen el bien y el mal en sí, sino solamente un cálculo de ventajas y desventajas”. También, se critican los nacionalismos “cerrados, exasperados, resentidos y agresivos” y las concepciones populistas en boga.

En ese contexto, se defiende la función social de la propiedad, porque su lema es “tierra, casa y trabajo para todos”; además, no podía faltar un cuestionamiento al papel de las redes sociales que hoy esclavizan al hombre; y, no se olvide, el maltrato a los inmigrantes, etc. Pero el escrito es, al mismo tiempo, un llamado a la esperanza convencido de que advendrá un mundo mejor. Se invoca el amor universal como necesario paso a una sociedad distinta; se invita al diálogo, máxime si ninguno de los sectores involucrados “está preocupado por el bien común, sino por la adquisición de los beneficios que otorga el poder, o en el mejor de los casos, por imponer su forma de pensar”.

Aunque el documento ha sido ya objeto de amplias controversias: de un lado, se dice que está al servicio de la “masonería” y/o “del comunismo”, tiene un carácter machista porque el título no comprende a las mujeres, o muestra el influjo del discurso del Gran Imán del Cairo Ahmad Al-Tayyeb –después de la declaración conjunta de Dubait el cuatro de febrero de 2019– y, del otro, se alaba su profundidad, él no dejará de ser un escrito primoroso, lleno de sensibilidad social, amor y fraternidad, llamado a repercutir en la vida cotidiana en los planos económico, social, político, ético y ecológico.

Se trata, pues, de una encíclica profundamente social; un bellísimo regalo para el género humano, del cual se hablará durante las próximas décadas, con independencia de si lo aborda una persona creyente o no, agnóstica o no, porque lo debatido es el presente y el futuro de la especie sobre el planeta .

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