A finales del año pasado recibí en mi correo este mensaje: “Hoy volví a acordarme de una de tus columnas, después de ocho años de divorcio. Recordé que te escribí del abismo en el que me encontraba cuando decidí romper la creencia milenaria de que ser esposa es la prioridad de la mujer. Hoy vivo en España y sigo agradecida contigo. Si me lo permites quisiera enviarte una novela corta que me publica hoy Frailejón Editores: Hilos”. Luz María Arango U.
La leí dos veces y sigue intacta, sin mis resaltados fosforescentes cuando la intención va más allá del placer de la lectura. Pero Hilos sigue intacta. Es la vida íntima de Lucía, la protagonista, contada de manera tan sincera, tan bella y tan dolorosa, que me sentía como una criminal a punto de profanar un texto sagrado. Solté el resaltador y dejé que mis ojos pasaran otra vez por las frases duras e irrefutables que acompañan ciertas experiencias socialmente normalizadas y aceptadas que carcomen hasta el corazón más fuerte.
Hilos es un tratado de amor difícil, vivido y sufrido por muchas mujeres, que nace, deslumbra y muere, como la flor de un día, para darle paso al machismo transmitido y consentido por los siglos de los siglos, sin amén. Un matrimonio lleno de silencios que taladran y duelen como un puño en la nariz. Un marido que se convierte en un vicio difícil de dejar. Un yo perdido y el miedo a dar un salto largo para recuperarlo.
La ironía que acompaña ciertos párrafos me arrancó sonrisas saltonas. Una manera de asentir, de coincidir o de conmoverme ante el dolor o la rabia. Como cuando Lucía se sentía importante y feliz porque su marido, el pozo seco de las palabras desabridas y la sonrisa escasa, le pedía que le ayudara con la ortografía de un documento o un correo electrónico. “Uno termina acostumbrándose a recibir migajas y a alimentarse con ellas. Como un perdido en la selva que se bebe las gotas del agua que queda en las hojas de los árboles”.
Cuando cerré el libro sentí con Lucía el dolor del desamor. Su desilusión de no encontrar en el matrimonio el ideal “vendido” por la tradición. El riesgo de ser mamá sin garantías de un futuro económico digno, por cuenta de los escondidijos patrimoniales avalados por la plata y el poder. Pensiones perdidas sin ninguna posibilidad legal de reclamación. Siliconas capaces de embrujar a algunos hombres insaciables que pretenden que las mujeres seamos desechables cuando ellos lo decidan. Y, esencialmente, la determinación de vencer el miedo ante la decisión de huir. Un reto asumido a pesar de ser juzgada hasta por los propios hijos. Imposible ignorar la valentía de enfrentarse a las convenciones sociales, la fuerza para rescatarse y el querer reparar con sus hilos rotos el amor propio.
A veces solo basta un botón para reiniciar un sistema que no arranca. Reiniciar la vida toma un poco más de tiempo y requiere más valor, pero se logra, incluso después de haberse muerto en vida de a poquitos