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Hitler triunfó cuando destruyó la República de Weimar e instauró el Estado totalitario, Trump fracasó con su populismo ultra-blanco que culminó en el asalto de unos vándalos al Legislativo y, Uribe, librándose de las imputaciones con ayuda de una Fiscalía politizada, le preocupa el 2022 —mantenerse en el poder por medio de otro que gobierne para sus intereses—.
Estos personajes contemporáneos no están en el mismo nivel político y moral que el histórico y brutal dictador alemán. No pretendo comparar el Holocausto Nazi con la toma del Capitolio ni con el desastre humanitario que se generó a partir de la conversión de las Convivir en paramilitarismo, ni al fascismo con el uribismo.
Eichmann transmitió las órdenes que le dieron los altos mandos para implementar la “solución final”. Alias El Iguano, asesinó más de cuatro mil personas y ordenó arrojar los cadáveres a los ríos o incinerarlos.
Hitler fue un monstruo que inició una guerra ilegal primero en Europa, que extendió por casi todo el mundo y cerró con el mayor crimen contra la humanidad, el Holocausto del pueblo judío con más de seis millones de muertos. Con la puesta en marcha de la idea del Estado totalitario, propuso la tesis antidemocrática, según la cual todo el poder debe estar concentrado en las manos del presidente. El Estado totalitario era antidemocrático porque la democracia, con su identidad entre el gobernante y los gobernados destruye la autoridad del líder. Goebels declaró que “nuestro partido siempre aspiró a un Estado totalitario. El fin de la revolución debe ser un Estado que penetre todas las esferas de la vida pública” (Poetzch-Hefner). Hitler se dirigió a los líderes de su partido reclamando la necesidad de una autoridad absoluta. “La tercera fase de la revolución debe ser el establecimiento de la totalidad del Estado”, gritó (Völkischer Beobachter, No. 185-1933).
Trump deja el cargo como el presidente más desprestigiado y más vergonzoso de la historia. Gobernó bajo la idea populista según la cual lo más poderoso que hay es la voluntad del pueblo y cuando esta se impone es más poderosa que la Constitución. Esta, que es producto del pueblo, la puede abolir si quiere hacerlo. A eso se dirigió la masa enloquecida cuando atacó violentamente el Capitolio.
Uribe ha buscado minar con celo y constancia las ya débiles instituciones democráticas colombianas. Desde el famoso escándalo de la “Yidispolítica” en el que se intercambiaron dádivas por un voto favorable al proyecto de reforma constitucional para asegurarle un segundo mandato presidencial, pasando por las chuzadas a la Corte Suprema, los falsos positivos, hasta la propuesta del referendo para derogar la JEP y el Acuerdo Final, han sido pasos que hoy pavimentan el camino para organizar una contra-revolución que detenga el proceso liberal y social, propuesto en el Acuerdo Final.
¿Qué une a estos tres demagogos de la anti-política? Han buscado arrasar la democracia por diferentes vías: fascismo, populismo y el emblemático “estado de opinión”. Queda la ilusión expresada en la frase de Joseph Biden: “La democracia ha prevalecido”
