Desde hace un par de años mi interés por los libros me ha llevado a guardar imágenes que tengan que ver con la literatura. Es como si una imagen me dijera un poco más de las historias que tanto disfruto. A veces, entonces, cuando estoy cansado de leer, me pongo a ver imágenes que hablan de libros y creo entender así la letra imperceptible de lo que leo.
Mi colección es un esfuerzo invisible, casi nadie sabe de las imágenes que guardo en una carpeta física y en otra digital. Jamás he pretendido hacerla a través de una búsqueda exhaustiva, nunca he puesto en Google: “Imágenes de libros”, por ejemplo, o “lectores”, “escritores”, etc., que con seguridad me arrojaría una infinidad de resultados que desbordaría mi interés por el tema; al contrario, es una colección bastante incompleta que, así pasen los años y aumente, jamás será importante para nadie distinto a mí. La colección ha surgido de forma espontánea mientras hago consultas aquí o allá, leo revistas y diarios.
Es así como puedo entrar al estudio de Orhan Pamuk sin perturbarlo y ver la pared repleta de papelitos con anotaciones, el gato blanco debajo de la lámpara y un reloj sobre una hoja; puedo darle un vistazo a la biblioteca de Juan Gelman; puedo repasar la imagen del lector que George Steiner analiza en su ensayo “El lector infrecuente”; puedo intentar leer una página manuscrita de Santa Teresa; puedo ver a Tolstoi en esa fotografía de 1908 que parece pintada; puedo aterrarme con las imágenes de libros que son descargados como escombros en los tiempos de la dictadura argentina y con los libros que arden por culpa de los nazis el 10 de mayo de 1933 en Berlín.
Mirar una imagen también es una forma de leer, los niños saben muy bien a qué me refiero; de hecho, un libro, antes que palabras, es una simple imagen. A veces uno llega a una obra porque lo atrajo su lomo o quiere leer por primera vez a un autor porque lo escuchó hablar en una conferencia. La literatura no es solo texto, esto lo entienden los buenos editores.
Tal vez la primera imagen con la cual empecé esta extraña colección es una caricatura de Quino. Un hombre sentado en una silla en la mitad de un espacio amplio de paredes forradas de libros se pregunta medio angustiado: “¿Y ahora que sé tanto qué?”. Por fortuna, a mí todavía esa pregunta no me angustia; al contrario, me asombro de todo lo que no sé, de toda la curiosidad que me queda