Pongámosle música a esta columna. Sugiero que sea Bessie Smith. Digite el nombre en internet y deje que suenen las mejores canciones de blues de esta negra hermosa nacida en Tennessee. Quiero música para celebrar el aniversario del escritor norteamericano James Baldwin (nació el 2 de agosto de 1922), y quiero que recordemos su libro de ensayos Nadie sabe mi nombre. ¿Y por qué me gustaría que ya estuviera sonando Bessie Smith?, porque esta mujer le ayudó a Baldwin en la búsqueda de sí mismo, le ayudó a darse cuenta, mientras la escuchaba, de que no es necesario pedir excusas por su propia existencia, muy especialmente si naciste negro en el Harlem de Nueva York.
Este escritor, que empezó siendo predicador, pero luego empezó a señalar la hipocresía del cristianismo, viajó a París muy joven para desprenderse del terror racial de su país y para poder escribir con tranquilidad. Allí, como lo recuerda en uno de los ensayos, quería descubrir una forma especial para que su experiencia lo pusiera en contacto con otras personas en vez de separarse de ellas, que era justamente lo que pasaba en Estados Unidos por aquel entonces y que hoy, pareciera, no ha dejado de ocurrir.
“Los negros quieren ser tratados como personas: un enunciado perfectamente llano, con solo siete palabras. Gentes que dominan Kant, Hegel, Shakespeare, Marx, Freud y la Biblia encuentran completamente impenetrable aquel enunciado. Al parecer, la idea pone en peligro premisas hondas, apenas conscientes. Una especie de pánico les paraliza las facciones, como si se encontraran, sin retroceso posible, al borde de un precipicio. Una vez intenté describir a un muy conocido intelectual norteamericano las condiciones en que viven los negros del Sur. Mi relato lo llenó de inquietud e indignación, y con una perfecta candidez me preguntó: “Y ¿por qué no se vienen al Norte todos los negros del Sur?”. Probé a explicarle lo que ha ocurrido siempre, sin fallo, cuando un número considerable de negros se ha trasladado al Norte. No escapan al negrero: se encuentran solo con otra variedad, no menos asesina. No se vienen a Chicago, se vienen al South Side; no se vienen a Nueva York, se vienen a Harlem. La presión dentro del ghetto hace que los muros del ghetto se ensanchen, y esta expansión es siempre violenta. Los blancos aguantan la frontera tanto como pueden, y por todos los modos posibles, desde la intimidación”.
Este párrafo escrito por Baldwin hace más de 50 años es clarísimo y vigente. Por eso Nadie sabe mi nombre es un libro fundamental en estos momentos, cuando el tema racial en el mundo sigue siendo tan complejo. Y, por supuesto, Estados Unidos no cambiará en tanto no haga un nuevo examen de sí mismo y no descubra lo que realmente entiende por libertad. Y mientras esto tarda, nacerán generaciones, aumentará el resentimiento por efecto de la incompetencia, el orgullo y la insensatez. Si seguimos negando la humanidad del otro, seguiremos disminuyendo la propia. No está mal si después de leer esta columna quiere seguir escuchando blues todo el día