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Juan David Ramírez Correa
Columnista

Juan David Ramírez Correa

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Jóvenes por el respeto

Por Juan David Ramírez Correa

columnasioque@gmail.com

A muchos se les llena la boca diciendo que son respetuosos. Son de los que dicen “mis respetos”, cuando admiran a alguien y dan por hecho que sin respeto las cosas no funcionan.

Pero eso es lo que hemos olvidado en los últimos días.

La falta de respeto ha sido el común denominador de esta crisis nacional. Pongamos el asunto en palabras muy sencillas: cuando el respeto está ausente, llega el insulto, la agresión, los ojos se cargan de rabia, la visceralidad, las ganas de matar, el golpe, el puño que va de un lado y, tristemente, las balas que van del otro, en fin. Lo peor del ser humano sale a relucir y en un país donde hay miles de ollas que hierven bilis, no se necesitan cinco dedos de frente para entender que la falta de respeto es el paso inmediato hacia la violencia desmedida y, claro, la muerte.

Desde que iniciaron las marchas no ha habido un solo día sin actos irrespetuosos, provengan del lado que sea. La mayoría han sido actos contra la vida, el bien más sagrado que tiene la humanidad, dicen algunos. Los 41 muertos, los más de 1.600 heridos y los miles de millones perdidos en destrozos por la incapacidad de respeto, no tienen razón de ser. Eso atiza la furia y la ira colectiva y deja en el aire una cortina de humo que impide ver los problemas de fondo y llena el ambiente de prejuicios y estereotipos: los de izquierda son guerrilleros, los de derecha son unos paracos, los maleantes, el Estado represor, los que merecen bala, los ignorantes, los vagos, los inútiles, policías y Esmad, asesinos, en fin, cualquier calificativo cabe. ¿Por qué? Por eso, porque no hay respeto.

Entonces, las oportunidades de acercarse y llegar al consenso se pierden. El criterio democrático se va al traste y se resquebraja el mínimo de confianza que pueda existir entre las partes. Se bloquea toda posibilidad de apertura que ayude a llevar hacia buen puerto las demandas profundas por las que muchos marchan, que son legítimas a la hora de reconstruir el tejido social y político del país.

Se necesita encontrar la frecuencia y el tono ideales para que no haya disonancia. ¿Será que los jóvenes se les miden a ese búsqueda? Ellos se han hecho visibles, poniendo de manifiesto la marginalidad y la tristeza en la que viven, pero también tienen la posibilidad de influir en el futuro de un país que los necesita y que obligatoriamente debe seguir los designios democráticos para progresar.

Como un acto de grandeza, los jóvenes pueden hacer del respeto un marco de acción obligatorio, que permita discutir lo necesario, superando así los quejidos de la rabia, la cacería de culpables y las dilaciones en la concertación. Así podremos dejar a un lado ese gusto por la imposición de la fuerza, el mismo que tanto nos jode

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