Finalizaron los Juegos Olímpicos de Tokio, esta fiesta en la que tantos deportistas mostraron lo mejor de sí mismos. Un evento que trajo, como siempre, sorpresas, récords, solidaridad y compañerismo. Que nos hizo vibrar con deportistas esforzados, perseverantes y talentosos.
Además del covid-19, que aplazó por un año este certamen, otro debate muy actual caracterizó este evento: la participación de personas trans en las categorías del nuevo género al que decidieron pertenecer porque se sienten más identificados.
Tal fue el caso de Laurel Hubbard, de 43 años, en la categoría de halterofilia. Original del sexo masculino, este pesista de Nueva Zelanda inició hace nueve años un proceso de transición y pasó así de ser Gavin a llamarse Laurel y a competir en esta disciplina en categoría femenina.
Si yo hubiese tenido que competir con Laurel hubiera presentado mi queja hacia el Comité Olímpico Internacional por la evidente desventaja (como lo hicieron sensatamente varias pesistas).
El debate, creo, pone en evidencia la clara diferencia no solo biológica sino también psicológica entre un hombre y una mujer, lo que no hace más o menos valioso a ninguno de los dos, pero sí complementarios.
Este diario publicó ayer un interesante artículo sobre el tema en cuestión: “Los hombres suelen tener proporcionalmente más masa muscular, más masa ósea y un porcentaje más bajo de grasa corporal que las mujeres”, dice el reportaje parafraseando a la Asociación Americana de Fisiología. “Asimismo, el sexo determina la producción de ciertas hormonas: testosterona y estrógenos. Tanto hombres como mujeres tienen presencia de ambas, pero los niveles de la primera son mayores en los hombres y de la segunda en las mujeres”.
Si bien las personas trans merecen ser respetadas, acogidas e incluidas, negar la naturaleza del hombre y la mujer y permitir que alguien que, originalmente pertenece al género masculino compita con mujeres, es una medida injusta con ellas. “Algunos atletas pierden oportunidades que cambian la vida (medallas y calificaciones olímpicas) y nosotros somos impotentes, yo creo que todo el mundo debería tener acceso a los deportes, pero no a expensas de otros”, alegó la pesista Anna Vanbellinghen.
Lo encuentro tan absurdo como querer que un adulto compita en la categoría de niños porque él se considera niño, hay que respetar sus derechos y acogerlo dentro del nuevo grupo del que se siente parte, aunque objetivamente no lo sea.
Considero que la verdadera inclusión está en que cada persona acepte su condición de hombre o mujer. De que la identidad femenina y masculina no son una construcción cultural, sino que hacen parte de la esencia del ser humano que será feliz si descubre lo que tiene que aportar desde quién es. Si en el deporte existen las categorías masculinas y femeninas no es por discriminar. Es para que los deportistas tengan las ventajas y las condiciones necesarias para participar en un juego limpio.