Caminar o correr son actividades sencillas, nobles, tal vez perfectas para encontrarse con uno mismo. Todos soñamos con visitar alguna vez un lugar que nos atraiga e inspire. En mi caso, toda la vida me han movido los retos de llegar a las cumbres de las montañas, las caminatas largas, sentir la naturaleza, momentos que me hacen reflexionar sobre la búsqueda del verdadero propósito en la tierra.
Hace poco viaje a Tanzania para buscar la cima del monte Kilimanjaro, la cumbre más alta de África, país de contradicciones en materia de oportunidades, rico en naturaleza y grandes potencialidades turísticas pero lamentablemente con una pobreza extrema.
En ese viaje pude convivir con gente del común de Tanzania durante una semana. Compartimos largas caminatas, desayunos, almuerzos y cenas. Acampamos y cargamos apenas lo necesario para el día. Así, fui consciente de que muchas veces tenemos demasiadas cosas innecesarias y que otros tienen muy poco y aprenden a disfrutar de la vida y de las cosas simples que nos ofrece. Por ejemplo, es impactante ver a los llamados “cargadores”, personas que ayudan a armar los campamentos, sin indumentaria, con sus zapatos y ropa rota o completamente desgastada, llevar hasta 20 kilos en su espalda o cabeza en caminadas de entre 6 a 8 horas y con temperaturas bajo cero en la noche. Lo hacen sin ningún tipo de seguridad social y con salarios no superiores a $ 30.000 el día. Al terminar esa travesía de casi una semana la frase de uno de ellos fue: “si alguien de Colombia viene a la montaña, quisiera ser su guía porque es mi única opción de vida. Paso semanas sin conseguir trabajo y disminuye mi fuerza. Mi destino cada vez es más difícil”
Ver la pobreza tan aguda en este país, o en Colombia, debe generarnos una reflexión: superarla va más allá de la responsabilidad del gobierno nacional o regional. Es necesario que las empresas y cada uno de nosotros haga acciones adicionales. Ningún empresario debería dormir tranquilo si en su zona de influencia la gente no tiene sus necesidades básicas cubiertas. Nuestro propósito individual debería ser no terminar el 2020 sin haber realizado una obra de caridad o justicia social, haber sido voluntario en algún programa, financiado alguna causa. Ahora que pensamos tanto en el medio ambiente y el bienestar animal, no podemos dejar de pensar que todos los días también se acuestan colombianos con hambre, que muchos jóvenes tratan de llegar a la Universidad y no lo logran o que muchos padres de familia buscan una oportunidad de empleo sin éxito y terminan en el rebusque. La solidaridad y compartir lo poco o mucho que se tenga debe ser un principio ciudadano que definitivamente nos llene el alma, nos haga mejores personas y sobre todo nos inspire a dejar una huella de que fuimos conscientes que nuestro verdadero propósito es ayudar a otros.
Después de Kilimanjaro, seré más solidario, dedicaré más horas a quienes lo necesitan y en mi trabajo pensaré cómo ayudar a otros. Al final esa es la verdadera esencia de la vida.