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Elbacé Restrepo
Columnista

Elbacé Restrepo

Publicado

La abuelita de Sanalejo

Por Elbacé Restrepo

elbaceciliarestrepo@yahoo.com

De la serie “Gente común, corriente y maravillosa”, quiero presentarles a Ana Sofía Aguirre viuda de Saldarriaga.

No es una heroína, no vuela, no tiene superpoderes. Tampoco la fórmula para hallar la paz mundial ni nada de eso, pero es una señora amorosa con unas manos mágicas que me conecta con un referente de ciudad tradicional, bonito y querido al que muchos íbamos, y volveremos, para apreciar la creatividad de los artesanos, buscar los mecatos de siempre, en mi caso la gelatina blanca estirada en horqueta; comprar cositas o simplemente por el gusto de caminar entre ese universo de colores, olores, sabores y saberes que era el mercado de Sanalejo, antes de que lo invadieran los cacharreros que venden baratijas traídas desde China.

Llegó al parque de Bolívar para ayudarle a Ignacio, su esposo, a levantar la familia de cinco hijos. Él, zapatero de profesión, ella, artesana. Sus manos, hábiles para las manualidades, les dieron forma a mil productos: Fruticas hechas con masa de pan (que no se come), gargantillas, zapatos de crochet, cerámica pintada, pirograbado, peluches, velas, tejidos, mimbre, “los bombones de la abuela”, esos ricos de panela y coco, y ropa de bebé bordada a mano. ¡Ah! Y las figuras de madera con la leyenda “Souvenir Aruba”, que le encargaba una clienta en cantidades industriales para vender en ese país, que en realidad eran “Made in Medellín”.

Como pionera de Sanalejo, durante 48 años de su vida estuvo allí el primer sábado de cada mes. Al principio trabajaba en las escalas del monumento de Simón Bolívar. Después la ubicaron en una banca de cemento. Y mucho después, la oficina de Fomento y Turismo les mandó a hacer unos toldos, pero tenían que madrugar a reclamarlos porque los artesanos eran muchos y los toldos muy poquitos. “Hasta que de un tiempo para acá encontrábamos el toldo armado en el puesto de cada uno. Eso sí fue mucha alegría”.

Cuando cumplió 80 años les preguntó a sus hijos a qué edad uno empezaba a sentirse viejo. Hoy, llegando a los 92 noviembres, se responde a sí misma: “Creo que después de los 85”. Con los achaques propios de sus años largos, camina más lento y oye más bajito, pero sus manos siguen haciendo cosas bonitas. ¿Y su memoria? Como si nada. Recuerda a sus primeros compañeros del parque, “a Pepita, a Rubiela, a don Luis, el de las cachuchas; a Saúl, que trabajaba el macramé; a Sonia, la de las obleas; a Liliana, la del espartillo; a Miriam, la que pintaba en vidrio; a las Marinitas”; a un montón de gente de la que habla con cariño y gratitud porque tejieron lazos de amistad por años.

Ignacio murió en 2010, pero ella siguió trabajando, más por el gusto de sentirse activa que por necesidad, hasta el 7 de marzo de 2020, cuando la inesperada pandemia la obligó a retirarse para siempre, por aquello de los riesgos y el autocuidado. Ahora es artesana de sus hijos, de sus nietos y de su vida. Deja un vacío grande, pero también una huella profunda en Sanalejo, y será parte de su historia eternamente.

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