La diferencia entre una sociedad organizada y otra anárquica está en la previsibilidad. La capacidad de anticipar situaciones de riesgo y tomar decisiones razonables para conjurarlo, al menos disminuirlo. Por ejemplo, hace varias semanas está hablándose en Europa, muy en serio, sobre la inminencia de un gran apagón causado por la actual crisis energética. Mientras mucha gente de allá ha estado llenando las despensas de productos no perecederos, hornillas de gas, linternas de pilas y cuanta cosa facilite sortear una emergencia, en este país nuestro y el vecindario ni siquiera se menciona el asunto, como si se tratara de señales de otro mundo.
Que todo tiempo pasado fue mejor, aunque Les Luthiers concluyeron que “fue anterior”. En mi lejana infancia se vivía con el miedo y la marca de una nueva guerra civil. Mi abuela alarmaba con el cuento de que era urgente mercar y tener aprovisionamiento para los cercanos días difíciles. Por algo se habla de la vieja, sabia y culta Europa: El sentido de la previsión sigue invariable, aunque sea imperfecto. Aquí, en cambio, desapareció. Hablamos de las elecciones, de la corrupción, del último asalto cinematográfico, del regreso de James a la Selección y algo de la pandemia. Ni estamos enterados ni se nos daría nada si está próxima la arremetida de otro jinete apocalíptico en forma de tremendo apagón. Como ya se nos vino diciembre encima, toca hacer la pausa eufórica hasta fines de enero para vivir la música guapachosa y todas las demás estridencias afines.
Fue el gobierno de Austria el que hizo la primera advertencia y está preparando a sus ciudadanos: Puede afectar, por lo menos en toda Europa, la energía, las comunicaciones y la vida normal en general. La ministra austriaca Klaudia Tanner ha dicho que es un peligro “subestimado por todos’’ cuando podría tener consecuencias catastróficas. Son cinco años de plazo, pero puede ser mucho antes. Se cataloga como una amenaza inminente. Y se le asocia con una tormenta solar ya calculada.
Sería imposible si el apagón dejara de afectarnos a los de este hemisferio y los otros continentes. No son entendibles la indiferencia, el desdén o el silencio, aunque todo siga llegándonos tarde y cuando no haya tutía. Busco en diversos medios de estas latitudes y no encuentro ni mínimas referencias. Este es el punto que nos toca habitar en el universo. Tenemos energía en abundancia y para qué preocuparnos, si ya viene Hidroituango. Sobre todo, nos distinguimos no sólo por la imprevisibilidad culposa, sino también porque, como decía un amigo europeo, lo que más le encanta de Colombia no es tanto la gente y su paisaje, sino el relajo. Kaplan previno sobre La anarquía que viene. Ya entre nosotros pasaron relajo y anarquía