Desde que empecé a leer novelas, siempre he pensado que los libros y sus personajes están tan vivos como sus autores. Esta verdad la he probado muchas veces a lo largo de mi vida. Siempre que leo una novela siento que ella tiene una vida propia tan real como la vida de su autor.
Me ha sucedido por igual con “Don Quijote de la Mancha”, “Madame Bovary” y “Papá Goriot”. También me ha sucedido ―y de qué manera extraña— con la novela “Bajo el volcán”, del escritor inglés Malcolm Lowry.
Leí el libro por primera vez durante un solo día, sin respirar, como creo yo que hay que leer siempre una buena novela. Estaba enfermo y tenía fiebre. Desde entonces quería tocar con mis manos todo lo que tuviera que ver con Malcolm Lowry. En 1983, tuve la fortuna de leer el libro de Douglas Day, “Malcom Lowry, una biografía”. Abrí las primeras páginas y ya no pude volver a cerrarlo hasta leer la última línea.
Douglas Day escribió la historia de Lowry con la misma pasión con que se escribe una novela, después de recibir en sus manos las notas que había tomado el que iba a ser su primer biógrafo, Conrad Knickerbocker. Éste se disparó un tiro de fusil en el garaje de su casa. Sus amigos encontraron entre sus papeles una hoja con una lista de razones para vivir y razones para no vivir: la segunda era muchísimo más larga.
En 1986 Douglas Day vino a Colombia a hablar de literatura y tuve la fortuna de conocerlo. Nunca había visto una fotografía suya pero cuando lo vi supe de inmediato que era él. Era alto y caminaba erguido, aunque cojeaba un poco. Su cara estaba cubierta por una barba gris. Tenía los ojos muy azules. Usaba unas gafas negras. Parecía un viejo soldado sureño de una novela de William Faulkner.
Durante la conversación que tuvimos no pudo evitar que los lectores de “Bajo el volcán” le preguntáramos por los detalles del suicidio de su autor. Él dijo: “Hablé con un médico: con media botella de ginebra entre pecho y espalda, le hubieran bastado cinco pastillas de amital sódico para matarse. Se tomó cincuenta...”.
Más adelante suplicó: “No me hablen más de Lowry... Ni de mi libro sobre él... Ese libro es muy embarazoso para mí... Para escribir una buena biografía, ésta tiene que ser sobre un hombre muerto... y que la viuda esté muerta también... Ahora ya no puedo leer “Bajo el volcán”... Yo sonreí en silencio y me aferré a los ejemplares de la novela y de la biografía que llevaba bajo el brazo con la esperanza de que él me los firmara. Mientras tanto pensé que por buscar la verdad todos tenemos que pagar un precio. Lowry, para él, era otro fantasma, igual que para mí. Cuando nos despedimos, me acerqué y le pedí que pusiera su firma en su biografía y que, ya que Lowry estaba muerto, también escribiera algo en mi edición de “Bajo el volcán”. Él no tuvo reparos en hacerlo con una caligrafía tan temblorosa como la de Lowry. “Suerte, Juan José” escribió sobre el libro de Lowry.
Después no volví a tener noticias suyas, hasta hace pocos días, cuando encontré esta noticia en un periódico antiguo de la Universidad de Virginia, donde él fue profesor durante 38 años:
“La aventura ha terminado para Douglas Day. La Universidad tuvo que despedirse de uno de sus miembros de toda la vida: Day, de 72 años, murió el 10 de octubre en su casa en el condado de Albemarle”. El periódico no daba detalles, pero decía que Douglas Day había decidido poner fin a su vida. El mismo final de Lowry. Y el de sus biógrafos.