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David González Escobar
Columnista

David González Escobar

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La capital de los asesinos en serie

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Monstruo: la historia de Jeffrey Dahmer es, en estos momentos, la serie más vista en Netflix en Colombia. Vence en el podio a Pablo Escobar, el patrón del mal y a Pasión de gavilanes, algo que requiere mucho esfuerzo en este país.

La serie dramatiza la vida de Jeffrey Dahmer, un asesino en serie estadounidense que, entre 1978 y 1991, cometió el asesinato y desmembramiento de 17 víctimas en la ciudad de Milwaukee. Sin embargo, sus crímenes no terminaban nada más en el asesinato: preservaba partes del cuerpo de sus víctimas, las fotografiaba y, muchas veces, se las comía. El material gráfico que quedó en la escena del crimen y la actitud frívola en entrevistas televisadas después de la captura lo hacen el personaje perfecto para que los medios moneticen una de sus líneas narrativas favoritas: el psicópata asesino en serie que, incomprendido y atormentado, aterroriza algún lejano suburbio gringo.

Dramatizaciones como las de Dahmer, Ted Bundy e innumerables documentales de Discovery Channel y Natgeo implantaron en los colombianos el ideario de que Estados Unidos era la tierra del terror, el infierno sin rumbo y sin moral plagado de asesinos seriales. Pero ¿qué dirían si se enterasen de que el país que concentra a los asesinos en serie con más víctimas documentadas en la historia no es Estados Unidos? Porque, más allá de pequeñas discrepancias en la cifra final, los líderes en el ranquin de asesinos en serie no nacieron allá, sino en la cordillera de los Andes. Para ser más precisos: nacieron en Anolaima, Cundinamarca; Venadillo, Tolima; y Génova, Quindío. Con mucho pesar, en Colombia no solo somos competitivos en café, ciclismo y narcotráfico: más allá del conflicto armado, también somos líderes en asesinos seriales.

Pedro Alonso López, “el monstruo de los Andes”, nació en Venadillo en 1948, en pleno epicentro de la Violencia. El séptimo de trece hermanos, hijo de una prostituta, vivió una infancia llena de miseria y maltrato físico por parte su madre. Su padre había sido asesinado meses antes de su nacimiento. Con apenas nueve años, su madre lo echó de la casa al descubrirlo mientras trataba de violar a una de sus hermanas. Acabó siendo habitante de calle en Bogotá, donde fue abusado sexualmente en múltiples instancias durante el resto de su infancia. Entonces dedicó su vida a recorrer pueblos rurales de Perú, Ecuador y Colombia, donde buscaba niñas de entre ocho y doce a quienes violar y asesinar. Se le pudieron confirmar 110 víctimas. Sin embargo, si se da crédito a su confesión, pueden haber sido más de 300: “110 muchachas en Ecuador, 100 en Colombia y muchas más de 100 en Perú”.

Daniel Camargo, “el sádico del Charquito”, nació en Anolaima en 1930. Su madre murió cuando era muy joven. Su madrastra, con intención de humillarlo, solía enviarlo vestido de mujer al colegio. Luego de manosear e intentar violar a una de sus hermanas, su padre lo mandó a vivir a Bogotá. Su primer matrimonio terminó luego de sorprender a su esposa con otro hombre. Atribuyendo “todos sus males a las mujeres”, y en complicidad de una nueva pareja sentimental, Camargo comenzó a narcotizar y violar a mujeres vírgenes. La policía consiguió detenerlo, pero escapó. Decidió continuar con sus crímenes en Ecuador. Eventualmente fue capturado y condenado por asesinar a 72 víctimas, pero se le atribuyen hasta más del doble.

Luis Alfredo Garavito nació en Génova en 1957. Ha confesado violar y asesinar a casi 200 niños y niñas, pero se cree que podrían ser muchas víctimas más. Su historia, más conocida y muy similar a las dos anteriores, no vale la pena replicarla.

Tanta es la violencia que nos trajeron el narcotráfico y el conflicto armado que muchos otros tipos de violencia se nos volvieron paisaje. Nuestro récord de asesinos en serie, para la mayoría del país desconocido, es apenas una muestra de eso. Somos un país violento en lo macro, pero sobre todo en lo cotidiano. Puede que no sean tan taquilleros, pero que los datos curiosos de nuestra violencia no se nos vuelvan paisaje 

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