En un día particularmente raro de la semana, mirando el acontecer nacional desde la orilla para no correr el riesgo de naufragar en ese mar picado y lleno de tiburones, un amigo muy querido, sin darse cuenta, me lanzó un salvavidas de colores que me cambió el panorama: Hablando del pueblo donde tuvimos la fortuna de nacer, enfatizó que el corregimiento San Bernardo de los Farallones, o Farallón, como le decimos en confianza, es “la capital mundial de mi felicidad”.
“Ca-pi-tal-mun-dial-de-mi-fe-li-ci-dad”, lo repetí así una y otra vez, casi deletreado. A mí esto no solo me pareció muy bonito, sino que me llevó a pensar cuál es la mía, y vaya, vaya... descubrí que soy un pequeño caserío con un montón de capitales de la felicidad a su alrededor.
Según la Real Academia Española, la felicidad tiene tres acepciones: “1. Estado de grata satisfacción espiritual y física. 2. Persona, situación, objeto o conjunto de ellos que contribuyen a hacer feliz. 3. Ausencia de inconvenientes o tropiezos”. ¡Uf! Menos mal existen las dos primeras, porque de ser solamente la tercera, la materialización del concepto estaría mandado a recoger.
Si me ponen a escoger, mi capital mundial de la felicidad sería una playa solitaria en San Bernardo del Viento, o volvería a mi niñez, cuando supe que Borges se imaginaba el Paraíso bajo la especie de una biblioteca, y yo me imaginé el mío en una hamaca entre dos mandarinos leyendo Mujercitas cuando tenía diez años.
Las calles de los primeros juegos, los primeros raspones y los primeros amores, clasifican siempre. Pero la capital mundial de la felicidad no tiene que ser un lugar geográfico. También aplican las horas que he pasado al calor de una conversación amena con los amigos que la vida me ha puesto en mi camino y que hoy extraño más que nada en este mundo.
Para muchos puede ser tener un mendrugo de pan en la mesa todos los días. Ver crecer a los hijos y alcanzar sus sueños. Morir en paz y que sus huesos vuelvan al origen, es decir, al lugar donde nacieron. Ayudar a los demás, vivir tranquilo sin deberle nada a nadie, y no me refiero solamente a deber plata, que sería lo de menos. Me refiero a poder acostarse tranquilo cada noche sin que talle la conciencia porque no se le hizo mal a nadie.
Sentirse en la capital mundial de la felicidad es tener la conciencia de que en la vida es mejor ser, saber y hacer que tener. Perseguir un sueño, no dejar perder la curiosidad y aprender a ceder, porque nadie tiene la verdad completa. Cultivar el espíritu, admirar la belleza de un paisaje, el silencio de la noche y la transición de la luz del sol al amanecer. Asumir el tratamiento ante la enfermedad con entereza, creer en algo, amar la familia, defender sus convicciones, levantarse airoso después de una caída...
¡Tantas cosas pequeñas pueden erigirse como la capital mundial de la felicidad, que en realidad no entiendo cómo es posible vivir tan amargados!.