El 23 de mayo de 2020, en medio de varios combates entre guerrilleros del Ejército de Liberación Nacional ―Eln― y paramilitares de las Autodefensas Gaitanistas, una joven indígena de 16 años perdió sus brazos y un ojo cuando estalló en sus manos una mina antipersona que estaba manipulando.
El hecho sucedió cerca de Coredó, en el Resguardo embera de Murindó, una zona selvática situada en los límites entre Antioquia y Chocó. Allí se libra desde hace más de un año una guerra entre grupos paramilitares y guerrilleros que ha convertido en un infierno la vida de 11 comunidades indígenas que viven en esa región.
Según los indígenas, la joven herida por el estallido de la mina había sido reclutada por el Eln un mes antes. La muchacha recibió auxilio de la comunidad y fue transportada en helicóptero hasta el Hospital Pablo Tobón Uribe, de Medellín. Allí fue internada en la Unidad de Cuidados Intensivos, donde los médicos lograron salvar su vida.
Esta semana, los indígenas de las 11 comunidades de los resguardos de Murindó enviaron una carta al Eln pidiendo a los guerrilleros poner fin al reclutamiento de jóvenes en su territorio, sacarlos de la guerra y dejar la protección de las comunidades en manos de las autoridades indígenas. La carta es conmovedora.
“Nos cuidan alguaciles y guardias indígenas. Sus armas son bastones de mando. No fusiles. Los alguaciles se ocupan del orden público en nuestros caseríos. Los guardias indígenas se encargan del control territorial de nuestros resguardos. En sus bastones se materializa un jai. Que es una fuerza. En nuestro mundo los jais pulsan en todas las cosas” dice la carta.
En la cosmovisión embera, los jai son los espíritus. Los tratos de los jaibaná ―sus chamanes― con los jai, son los que garantizan la armonía y la convivencia con los demás humanos y con la selva, los ríos, los animales y las almas de los humanos muertos.
“Nuestros jóvenes no estarían en sus filas si hiciéramos bien nuestro trabajo y fueran otras las condiciones que el Estado hubiera abierto a favor de ustedes, de nosotros y del resto de la ciudadanía colombiana. Pero son las que vienen siendo desde el comienzo de nuestra historia republicana” dice el documento. “Nuestros alguaciles y guardias indígenas seguirán haciendo su trabajo, a pesar de los fusiles con los que ustedes nos amedrantan y la siembra de minas que vienen adelantando en nuestro detrimento, en nombre de una liberación nacional que es de dudar. Como si el mundo nos necesitara amputados. Cuando no muertos”.
La amputación sufrida por la joven embera es un episodio más de la dura guerra que se libra en los resguardos de Murindó y el río Chageradó desde agosto de 2019, cuando las Autodefensas Gaitanistas invadieron la región con la clara intención de ganar el control del territorio que había caído en manos del Eln después de la salida de las antiguas Farc, a raíz de los acuerdos de paz.
Murindó es de importancia estratégica para estos grupos por estar situado en un importante corredor de comunicaciones para el movimiento de tropas y el tráfico de armas y cocaína entre el Bajo Atrato, el Suroeste Antioqueño, el Medio y Alto Atrato y el océano Pacífico.
“Nuestra casa tiene una capacidad” dicen los indígenas. “Somos los que estamos. No cabemos más. Nuestra historia es la de nuestro desplazamiento constante, desde hace más de 500 años. En nuestros territorios están enterrados nuestros ombligos y no hay territorios nuevos a los que podamos migrar una vez más. Somos los árboles y las palmeras que el viento mece en nuestras comunidades y en sus alrededores. Estamos arraigados a la tierra que nos sustenta. No nos vulneren más. Encuentren abrigo bajo un techo diferente”