Por David E. Santos Gómez
La descorazonadora actualidad de Medio Oriente, con Israel y Palestina bombardeándose sin tiempo siquiera para retomar el aliento, con la Franja de Gaza sumida en cenizas sobre las cenizas que ya era, con el escudo protector del estado judío interceptando los racimos de cohetes de Hamas, con los dos centenares de muertos palestinos -más de cincuenta de ellos niños-, con las sirenas incesantes en Jerusalén y Tel Aviv y con los discursos que van y vienen de la venganza jurada por milenios; dejan una cosa muy en claro -quizá la única en este conflicto que tiene origen desde siempre y va al infinito-: el mundo entero, o eso que llaman etéreamente la comunidad internacional, fue y será incapaz de lograr un periodo de sosiego para ese rincón de la tierra.
Los trinos de preocupación y los comunicados inocuos que emiten las embajadas, que en últimas se convierten en un llamado a lista del tablero geopolítico antes que una búsqueda a la salida de la guerra, son en este punto una letra muerta que reconoce, sin decirlo, que el enfrentamiento entre israelíes y palestinos ha llegado, por desgracia, a un punto de no retorno. Que Israel, con su poderío, político y militar, y su infraestructura y su armamento desproporcionado en referencia al pueblo con el que comparte suelo, no va a ceder ya nunca y, muy por el contrario, va hasta el final para tenerlo todo. Que la Franja de Gaza será cada vez más pequeña, más delgada, estará mes tras mes, año tras año, más acorralada, y Cisjordania apenas sí logrará subsistir como un terreno difuso y desconectado para su propio pueblo, plagado de asentamientos judíos y en vías a desaparecer.
Una tragedia infinita. Una de las más grandes desdichas políticas de este siglo XXI, del que apenas va un quinto, pero que aún con las herramientas diplomáticas y tecnológicas a disposición, es incapaz de quebrar la tiranía de los más poderosos y de las alianzas entre imperios. Porque mientras Washington le mantenga la mano a Benjamín Netanyahu y avale -con sus aplausos o sus silencios- el acelerado abuso sobre los territorios ocupados, no habrá bandera blanca que valga ni diálogo de paz que prospere. Así seguirá el llanto y la sangre corriendo por muchas décadas mientras el resto del mundo manda carticas con lamentos que son tan impostados como inútiles