Lo que acaba de suceder en Australia hace unas semanas, cuando murieron incinerados cerca de mil millones de animales y 10,3 millones de hectáreas de bosques y construcciones han resultado afectadas, es un llamado de alerta que no puede pasar desapercibido. Ese hecho no es aislado: fruto de las crecientes emisiones de gases de efecto invernadero producto de la quema de combustibles fósiles, la destrucción de los bosques, el uso de fertilizantes y la excesiva producción de residuos, el calentamiento...