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La ciudad ambivalente

Por

ana cristina aristizábal uribe

anacauribe@gmail.com

Ambivalencia: lo que se presta a dos interpretaciones opuestas. Es la perfecta definición para la Medellín de hoy: la misma ciudad que fue epicentro de la narcodestrucción en los últimos años del siglo pasado, es la misma que en los primeros años del siglo siguiente trata de sacudirse la destrucción social y moral, por ello ocasionada.

Esa ambivalencia hace que algunos sigan viendo las consecuencias de la destrucción, y tienen razón; otros prefieren ver la esperanza que asoma en las mismas esquinas, calles y barrios que antes fueron escenarios de dolor y muerte, y también tienen razón.

Lo bueno es que por lo menos ahora tenemos esperanza; hace 25 años ni la vislumbrábamos. En ese tiempo, los jóvenes de la periferia tenían dos opciones: pobreza o delincuencia. Hoy, muchos están entendiendo que ellos mismos pueden cambiar su propia historia. Es muy esperanzador saber que a 2014 estaban registrados 450 clubes juveniles en la ciudad. Asociaciones de jóvenes para crear arte en todas sus manifestaciones: desde lo tradicional hasta las más creativas formas de cultivar-se como personas y como comunidad, formas de expresión y comunicación que les permiten la opción de ver la vida por fuera del conflicto que aún subsiste en el corazón de sus barrios.

Quiero destacar la experiencia de unos muchachos (asociados en ‘Entrecomunas’) de San Javier, indiscutiblemente el lugar de la ciudad donde más luz se está generando en medio de tantas tinieblas: ellos se toman lotes baldíos usados como basureros o son lugares a donde no se puede llegar por la violencia que los rodea, y siembran; siembran vida: aromáticas, flores, cebollas, lechugas, plátano, para provecho de la comunidad. El poder simbólico de este acto es poderoso. Siembran vida y esperanza, y la comunidad recoge vida, futuro, convivencia. Y cuando les destrozan los sembrados, no vociferan ni disparan ni puñetean, solo vuelven a sembrar, hasta que los agresores entienden que han perdido otro espacio de violencia.

Aquí, donde ha habido tanta miseria moral, dolor físico y emocional, es donde mismo tiene que surgir la esperanza. La ciudad aún no ha superado la violencia. Aquí aún confluyen agresores propios y extraños convencidos de que este es el paraíso para la maldad, con los convencidos de que la violencia no es el camino. Y claro que estos ganarán en un futuro más cercano que lejano (aunque tengamos que esperar un cambio generacional). Son los que están construyendo la nueva historia de una ciudad que algún día fue la más violenta del mundo; pero que, gracias a ellos, algún día será realmente el lugar más renovado del mundo.

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