Por Hortensia del S. Madrigal H.
Quien no haya sido abuela (o abuelo) tal vez no imagine, aunque sí comprenda, lo difícil que llega a ser la ausencia de las nietas y los nietos (esto del lenguaje incluyente se nos vuelve un lío...) en estas cuarentenas forzosas donde a nosotros “los abuelitos” (y “las abuelitas”) que el presidente Duque “lleva en su corazón”, se nos ha confinado como si ya estuviéramos contagiados. Hay que cuidarlos y ellos nos deben cuidar, lo comprendemos perfectamente, echémosle la culpa a la naturaleza. Pero digan lo que digan sobre las visitas virtuales por pantalla, no hay nada comparable a recibirlos llenos de energía, hablando hasta por los codos (sobre todo ellas) o con sus dibujos y pequeñas notas plenas de significados. Siempre desbordantes de imaginación y ocurrencias, arsenal insuperable para descrestar (o eso creemos) a nuestros colegas de “abuelato”, quienes llevan sus propias proezas nieteriles. Una vida entera de recorrido nos ha traído toda clase de experiencias, de golpes, de premios y dichas, de tristezas, una balanza muy cargada, pero presenciar el descubrimiento del mundo por parte de estos pequeños angelillos/diablillos es tan maravilloso que dejarlos de abrazar y celebrar sus picardías es un golpe inmerecido.