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Diego Aristizábal
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Diego Aristizábal

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La dicha del amor

Por Diego Aristizábal - desdeelcuarto@gmail.com

¿De qué hablamos cuando hablamos de amor? ¿Todos nacemos enamorados? ¿Cuánto dura el amor? ¿Ha cambiado la forma de enamorarnos? ¿Si fueras a escribir un decálogo del amor, cómo lo harías? ¿Podría empezar así? Ámate, fuerte e intensamente. Ama tu cuerpo, tu rostro, las cicatrices que te han ido quedando en la vida. Ámate como si te gustara oler la lluvia o como si prefirieras cerrar los ojos y mirar el sol. Mírate sin desviar la vista y reconócete: eres único. Eres tu primer amor.

¿O un mejor principio podría ser este? Agradece a tus amigos por amarte como eres, por acompañarte en el camino. Ríe más con ellos, consuélalos si están tristes, invítalos a festivales, esos que hablan del amor, sueña universos y léeles muchos libros. Con sol o con luna, siempre estarán ahí. Esa es su grandeza.

¿En qué momentos pensamos en el amor?, ¿siempre? ¿Es verdad que en tiempos de caos el amor nos salva? ¿En tiempos de incertidumbre, el amor nos cobija? Sin amor solo habría vacío, por algo hay que amar la vida, siempre, porque ella palpita en el corazón.

Ahora que estamos en pleno Festival de Lectores y Escritores en la Biblioteca y Parque Cultural Débora Arango en Envigado, donde la temática abordada es “el amor”, no está mal tomarse las licencias que sean necesarias para hablar sobre esta palabra corta y manoseada, clarísima, pero compleja en todas las lenguas. La ciudad, el territorio, la familia, la música, los deportes, la naturaleza, los animales, todo conjuga el amor. A veces pienso que lo relevante está al alcance de los labios. Que nos quiten todo, menos la posibilidad de que cada uno descubra de qué hablamos cuando hablamos de amor.

Un amor de sábado. Una gran invitada al Festival de Lectores y Escritores: Envigado se pinta de letras, que irá hasta el sábado 20 de agosto, es Selva Almada, autora de El viento que arrasa, Ladrilleros, No es un río, El desapego es una manera de querernos, entre otras obras. Los libros de esta argentina, para mí, son escritos con el oído. Por eso cuando la leo pienso necesariamente en Juan Rulfo, Juan Carlos Onetti, Horacio Quiroga, Juan José Morosoli y, más al norte, en William Faulkner y Carson McCullers. Leer a Selva es una dicha que acompaña el silencio.

Destaco un personaje de su novela más reciente, No es un río, se llama Siomara y está descrita así: “Siempre le gustó hacer fuego. De chica, si se peleaba con la madre o discutía con el hermano, se metía en el monte y hacía fuego. O si estaba muy enojada, prendía fuego ahí mismo en el patio del rancho de su familia. Hacer fuego era su manera de sacar la rabia, de ponerla afuera de su pecho, como si les dijera: miren qué grande puede ser mi furia, cuidado que puede alcanzarlos. Y una vuelta casi los alcanza” 

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