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Humberto Montero
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Humberto Montero

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La digna vida de las polillas

Por humberto montero

hmontero@larazon.es

El mayor asesino de la Amazonia no es el jaguar. Tampoco el mosquito o la rana flecha, capaz de acabar con la vida de un centenar de personas con su veneno. La anaconda, la piraña o el caimán negro son simples aprendices a su lado. No hay nadie capaz de hacer sombra a sus poderosas mandíbulas. El mayor asesino de la selva por excelencia es la minúscula hormiga guerrera. Voraz, implacable y disciplinada. Capaz de acabar con 30.000 víctimas al día, no individualmente, claro está, sino mediante el ataque de todo un ejército de medio millón de individuos, la cifra habitual de componentes de una colonia. Esta especie, nómada, ciega y que no distingue si sus presas son grandes o pequeñas, avanza dejando a su paso un reguero de destrucción, pero también de vida. De hecho, varios estudios aseguran que no menos de 300 especies dependen de la actividad de la temida marabunta.

La importancia de animales que creemos inservibles es brutal y afecta al futuro de la Tierra. Pensemos por un momento en las polillas. Para la mayoría de los seres humanos, las polillas son unos bichos molestos cuya actividad es un misterio. Las consideramos inútiles y, probablemente, uno de los animales más estúpidos que existen. Sin embargo, el perezoso no podría vivir sin ellas. Y no porque sean su sustento, aunque sí parte fundamental de su dieta. Hasta 100 polillas habitan generalmente entre el pelaje de los perezosos, un animal tan holgazán como para «ir al baño» una vez a la semana y rebuscar entre su propia piel alimento. ¿Polillas? No. La explicación es sencilla. Cuando el perezoso, muy vulnerable lejos de las copas de los árboles, baja a defecar, las polillas depositan sus larvas en el estiércol. Allí se crían para subir luego a ocultarse con el resto de la colonia entre las barbas de su huésped. En ese cálido y húmedo hábitat, aumentan los niveles de nitrógeno del perezoso, facilitando el crecimiento de algas en los pliegues de su piel. Y de ese vergel tira el animal cuando se harta de comer hojas, una dieta muy aburrida, por otro lado. Sirva este ejemplo para dignificar la vida de las polillas y de todos los insectos.

Se estima que el 90 % de las especies que habitan el Planeta son insectos. Por tanto, es imposible que nuestra vida no dependa de ellos. De hecho, un supermercado alemán retiró durante un día todos los productos cuya elaboración estaba vinculada a la tarea de los insectos y desaparecieron el 60 % de los productos, la inmensa mayoría de ellos alimenticios.

Por cada ser humano hay 1.400 millones de insectos, 17 millones de ellos, moscas. Ellos son los verdaderos reyes del mundo, los arquitectos de la vida. No sólo eliminan los residuos (las cucarachas, por ejemplo, con fama de sucias cuando su labor es precisamente la contraria), sino que nos alimentan, bien como sustento de otras especies o por la polinización, crucial para la agricultura. Se estima que su actividad genera unos 400.000 millones de euros en la economía planetaria. Por lo bajo.

Habrán notado que, de un tiempo a esta parte, hay menos flores silvestres. Y que el campo huele menos. O no huele. Parece un quirófano verde, con suerte. Y que la luna delantera de nuestro coche ya no acribilla a medio millón de bichos cada vez que pisamos el acelerador. Es un hecho y un ciclo que podría volverse irreversible. Sabemos que sin abejas no hay miel ni almendras, sandías o melones. Y que, sin moscas, la cantidad de podredumbre sería insufrible. El veneno del escorpión amarillo ayuda a avanzar a la neurocirugía y la investigación con cucarachas, resistentes casi a todo, a mejorar los antibióticos.

Por supuesto que puede usted aplastar a esa molesta mosca que le fastidia la siesta dominical. O también, optar por la solución que ideó mi sobrino Nico con la ayuda de su hermana y de mis hijos una cálida mañana. De una tacada, mientras un servidor desayunaba en el restaurante de un hotel, atraparon 11 moscas en 11 vasos. Sin matar ni una. Un espectáculo.

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