En la época en que era mejor ser estadounidense, tomamos las carreteras, los mares y el aire. Vimos el país y el mundo.
Después de que Jack Kerouac publicara “On the Road” en 1957, la gente lo llamó “vagabundear por las carreteras”. En las décadas que siguieron, esta pasión por los viajes evolucionó hasta convertirse en “mochilear”. Finalmente, el mundo se llenó de hostales que nos dieron la bienvenida a gringos con Wi-Fi gratis y desayunos continentales.
Y luego la gran pandemia golpeó. Hoy, las fronteras y las rutas aéreas están cerradas para nosotros. Viaje bajo su propio riesgo, dice el Departamento de Estado. Una lista de destinos en la Asociación de Transporte Aéreo Internacional nos informa que no tenemos permitido ingresar a Argentina, Armenia, Australia y prácticamente a todos los demás países a través del alfabeto. En Hawai, han rescindido oficialmente el espíritu aloha.
A medida que se aproxima la temporada de viajes de verano, las personas están cancelando paseos de acampar y cruceros y todo tipo de vacación imaginable.
¿Pero acaso pasear por las carreteras no es una expresión de nuestro carácter nacional? Desde el sendero de Oregon y “Huckleberry Finn” hasta “Into the Wild”, a los estadounidenses les encanta un buen viaje por carretera. Incluso se podría decir que viajar es lo que nos hace estadounidenses, ya que la Constitución que forjó 13 colonias en los Estados Unidos fue escrita, en gran medida, para garantizar el libre movimiento de personas hacia y desde Nueva Inglaterra y Charleston, y cada ciudad y granja de por medio.
Hay varios candidatos para el rey de la carretera estadounidense: personas cuyos viajes fueron especialmente atrevidos e ilimitados, que siempre fueron alérgicos a “quedarse en casa”. Durante los últimos años, he estado investigando la vida de uno de esos hombres. Joe Sanderson. Fue alguien autodescrito como “vagabundo” que visitó más de 70 países y territorios en los años sesenta, setenta y ochenta.
Conductores ya no recogen a mochileros. Mucho antes del coronavirus, el mundo se empezó a encoger para el mochilero americano de espíritu libre. En 1967, Joe Sanderson permitió que su pulgar y sus agallas lo transportaran por Siria, Irán y Afganistán. Ningún estadounidense se atrevería a emprender ese viaje hoy.
A menudo, las cartas de Joe reflejan el brillo optimista de un mundo más abierto que el que conocemos hoy, una época en que los estadounidenses eran vistos en todas partes como embajadores de la modernidad y la tendencia. Los ojos azules y el encanto de Joe conquistaron a nuevos amigos donde quiera que fuera: en barcos en el océano Atlántico, en las carreteras patagónicas y entre los pastunes en Pakistán.
¿Alguna vez se abrirá el camino de nuevo, me pregunto?
Hace dos veranos, llevé a mi hijo a la universidad desde Los Angeles hasta Nueva York, un viaje de 2.800 millas por medio de las diversas ecologías de EE.UU., desde Las Vegas hasta los Grandes Llanos y los Allegheny. Si hiciera ese viaje hoy, planeando una ruta para evitar diversos brotes rurales y bloqueos de cuarentena, aún enfrentaría la posibilidad de que los Utahanos, Misurianos y otros locales en mi camino no fueran tan acogedores hacia un californiano de una gran ciudad.
La edad de oro del vagabundeo por las carreteras en los Estados Unidos terminó casi al mismo tiempo que el ejército de EE.UU. se preparaba para abandonar Vietnam. Escribiendo desde El Salvador en 1979, con el país al borde de la guerra civil, Joe descubrió que los habitantes locales sospechaban de él. “Como siempre, piensan que soy un comunista o un agente de la CIA”.
Incluso antes de que llegara el coronavirus, EE.UU. se estaba encerrando en sí mismo y dándole la espalda al mundo. Somos gobernados por un presidente nativista, que sospecha de todo lo extranjero. Pero cuando dejamos de salir, en las carreteras, nos convertimos en personas más pequeñas.
El camino abierto tiene el poder de transformarnos e iluminarnos. Esta es la lección que se puede encontrar al leer sobre vagabundos estadounidenses como Walt Whitman, Mark Twain y Cheryl Strayed. Salir de casa nos convierte en personas más seguras y mundanas .